Pablo aprendió desde que era bien pequeño el sentido de la generosidad. Su hermano José sufría una enfermedad autoinmune rara y él, con sólo cinco años, accedió a meterse en un quirófano para donarle médula. Le regaló diez años más de vida. Era solidario y pacifico, unos valores que le llevaron en la noche del pasado jueves, cuando celebraba su 22 cumpleaños, a mediar en una disputa con la que se encontró cuando salió a tomar el aire de la discoteca en la que se encontraba en el Centro. Poco después fallecía a consecuencia de los golpes que recibió en la cabeza, según informa Diario Sur.
La historia de Pablo es la de un joven «generoso que ayudaba a todo el mundo». Sobre todo a sus familiares, como su hermana, a la que echaba una mano a la hora de cuidar a su sobrino, por el que sentía devoción. «Iba con él al parque a jugar, lo recogía del colegio o lo llevaba, siempre estaba dispuesto», relata una portavoz de la familia.
De hecho, poco antes de recibir la paliza que acabó con su vida, envió un mensaje a su hermana por si tenía que llevar al día siguiente a su sobrino al colegio. No hacía falta. Aquella debía ser una noche especial, la de su cumpleaños, quizás por eso acabó en el Centro de fiesta, algo bastante inusual en él.
Pablo solía aprovechar el día. El deporte era una de las actividades que le apasionaban. Incluso llegó a formar parte del equipo de fútbol del Romeral, pero una lesión en un ligamento le hizo tener que retirarse de los terrenos de juego.
La adrenalina también le atraía. Su hermano José le fue transmitiendo su pasión por actividades como la escalada o el puenting desde que Pablo era sólo un crío. Aunque se llevaban cinco años, «los dos estaban muy unidos».
La enfermedad que había sufrido José, que falleció hace unos años, le llevó a convertirse en un valiente desde pequeño. Para darse cuenta de ello sólo hay que leer una redacción que Pablo escribió en segundo de ESO, titulada ‘El Hecho Más Importante de Mi Vida’. Sólo le hicieron falta tres párrafos de texto para plasmar la experiencia que vivió cuando solo tenía cinco años.
Cuenta cómo sus padres le explicaron el proceso de manera que lo entendiera y cómo los médicos le tranquilizaron. Sin embargo: «La donación no representó ningún problema para mí; al contrario, estaba muy alegre y contento de poder ayudar a mi hermano a que se curara». Eran las palabras de un niño valiente que, años después, cuando José tuvo de nuevo problemas, no dudó en ofrecerle parte de su riñón. «Era una persona buenísima», dice la portavoz.
«Pablo no era nada materialista». Él no se identificaba con el perfil de un joven que recorre el Centro en busca de ropa de marca. Le gustaba salir a pasear con sus cuatro perros y, recientemente, había comenzado a interesarse por los huertos. Incluso plantó algunas semillas, retirando de las jardineras de la casa familiar, situada en la zona de Teatinos, los claveles que tenía su madre.
La carrera de Ciencias del Deporte que comenzó a estudiar no le apasionó. La acabó dejando y convirtiéndose en protésico dental. Pero desde el verano estaba inmerso en un nuevo proyecto. Se preparaba unas oposiciones para trabajar como funcionario de prisiones, algo que la portavoz de la familia dice que le pegaba mucho.
Precisamente fue su familia quien autorizó la donación de los órganos de Pablo. «Él hubiera hecho lo mismo, porque estaba muy concienciado. Con su hermano se convirtió en donante de médula, pero también lo hacía con la sangre o las plaquetas».