Cuando uno se adentra por las tortuosas callejuelas que van desde la iglesia de San Miguel, en la parte alta del norte del casco histórico de Toledo, hasta la Catedral, casi se puede imaginar cómo vivían los caballeros de la Orden del Temple en la Edad Media. E incluso, si el paseo por este laberinto de callejones llenos de misterio es nocturno, siguiendo las huellas del misterio que encierra este barrio, el transeúnte podría encontrarse con algún templario deambulando pertrechado con su hábito y la cruz roja latina en el pecho.
Es difícil rastrear la historia que constate la presencia templaria en Toledo, al igual que en Castilla en general, ya que tan solo existe documentación aislada que hace mención a algunos lugares donde los caballeros del Temple pudieron estar asentados, aparte de muchas leyendas relacionadas con ellos y sus símbolos, como el Santo Grial, la Mesa de Salomón o el Arca de la Alianza. Uno de los investigadores que se ha encargado de recopilar toda esa información es el profesor y escritor toledano Luis Rodríguez Bausá, que en su libro «Templarios en Toledo» hace un repaso por las huellas que esta orden militar dejó en la ciudad y su provincia.
Siguiendo los pasos que marca este autor en su libro, el lector puede realizar un itinerario de los puntos que hacen referencia al Temple en la ciudad de Toledo. Para empezar, propone iniciar la ruta al lado de la conocida como Puerta Llana de la Catedral, donde hay unas marcas de cantería que, a su juicio, son de filiación templaria. En 160 años florecieron en Europa más de 175 catedrales siguiendo los modelos góticos y pagadas a toca teja por los monjes-caballeros de esta orden militar, y alguna de ellas pudo ser el caso de la toledana. De hecho, investigadores como Juan García Atienza y Rafael Alarcón Herrera mantienen que fueron los templarios quienes financiaron la catedral de Toledo.
La ruta seguiría rodeando la Catedral y un poco más abajo, en el exterior de su ábside, se encuentra la hornacina que da cobijo a la Virgen del Tiro, que guarda una historia muy curiosa. Según explica Rodríguez Bausá, es una virgen negra y románica del siglo XIII, que sería una imagen desaparecida que tenían los templarios en la iglesia de San Miguel. Se dio por perdida, y después de indagar todas las fuentes posibles, no ha aparecido información alguna sobre ella. Cuando en 1316 confiscaron los bienes de la Orden del Temple, debió de ser cuando llegó a manos de la Iglesia.
Dejando la Catedral en dirección a la ya citada iglesia de San Miguel, hay una serie de lugares que empiezan en la calle del Locum y que también tienen reminiscencias templarias en sus nombres, como la Plaza de la Cabeza (actual Abdón de Paz, tal vez asociada al famoso «bafomet», supuesto ídolo o deidad cuyo culto se asoció a la Orden) o el Callejón del Toro (que deriva de la tau de oro de los templarios). Hay numerosas leyendas que abrazan este breve espacio, así como conocidos y oscuros topónimos, como los del Callejón del Infierno o el Callejón del Diablo. Además, en esta zona de la ciudad es llamativa la presencia de subterráneos y cuevas.
Al subir por toda esta serie de callejuelas se llega a la Plaza del Seco, donde se localiza enseguida la Casa del Temple, aunque no es la única vivienda que los templarios debieron de tener en este barrio. La tradición sitúa aquí la hospedería que la Orden tenía en Toledo, un edificio que hoy es un conocido restaurante con importantes restos arquitectónicos.
Sin embargo, es la iglesia de San Miguel el Alto la que conserva más simbología templaria. Posee en su suelo algunas lápidas y ya desde el siglo XII fue lugar de enterramiento. Dentro de sus muros se conserva un capitel gótico con el escudo de la Orden del Temple, que también aparece grabado en una de las campanas.
No muy lejos de allí, también apunta Rodríguez Bausá como posible enclave templario el antiguo Hospital de San Bartolomé, otro de los santos relacionados con la Orden. No queda rastro alguno de este lugar. También cercana se sitúa la calle de la Candelaria, otra de las advocaciones especificadas en la regla del Temple como de obligada adoración, o las calles cercanas de la Flor y la ya desaparecida denominación «Espinar del Can» (hoy del Can), siendo estos dos elementos (la rosa y las espinas) símbolos templarios.
El caminante que sigue las huellas de los templarios en Toledo podría terminar su paseo en el castillo de San Servando (hoy albergue juvenil), un importante punto templario, que ocupa una estratégica ruta de acceso a la ciudad, protegiendo el puente de Alcántara, y ya ocupado desde antiguo por todas las civilizaciones que han habitado la ciudad. Fue castillo de la Orden del Temple hasta 1308 y ha sido fuente de misterios y leyendas.
Mención especial merece en la provincia de Toledo, según destaca Luis Rodríguez Bausá, el enclave de San Martín de Montalbán, donde tanto la ermita como el castillo fueron donados por Alfonso VIII a los templarios en el siglo XII, pasando a formar parte de una de las veintisiete bailías con las que contaban en la Península Ibérica. Asimismo, Yuncos, las casas de Villalba y Cebolla (fortaleza de Bolobras), El Carpio de Tajo, Hontanar, Navahermosa, El Castillo de Bayuela y Novés podrían haber tenido relación con la Orden del Temple.
ABC TOLEDO