Por Pedro Conde Soladana
Cuando uno va más allá de los descerebrados actos del presente y hace previsión de sus posibles consecuencias negativas en el futuro, las hipótesis te pueden llevar a la tragedia, a la farsa o al sarcasmo.
Independentistas, nacionalistas, separatistas, rompedores, rupturistas, desgarradores, desintegradores, desquiciadores, etc., toda esa amalgama de quebrantadores de una convivencia nacional que venía gestándose bimilenariamente para nacer como Estado moderno hace cinco siglos, con Isabel, reina Castilla, y Fernando, rey de Aragón y Conde de Barcelona, entre otros títulos, parecen no haberse planteado los efectos perversos de ese insensato y vil intento.
Proclamarse sedicentes libertadores de unas nacioncitas que nunca lo han sido, con el recurso a una historia que nunca fue, no les saldría gratuito, situados ya en el potencial escenario de una lograda independencia. En ese futuro, hecho ya presente en su día, tendrían que emplearse a fondo para crear las estructuras intelectuales, económicas, sociales, etc., que den forma ante el mundo a esa proclamada y recién nacida nació con aspiración, como todas, a tener un papel en el concierto universal de la mismas.
No abandonemos el terreno de las hipótesis, sigamos la vía de una de ellas para plantearnos como un gran interrogante sobre lo que pasaría con el montaje de la estructura intelectual que toda nación ha de tener como seña de identidad, palabra ésta a la que tanto apelan por cierto estos desmembradores de cuerpos políticos. Hablamos del saber, el que va de la escuela a la universidad, y dentro de ese contexto general de la cultura de esa nacioncita, el saber de su propia historia; porque suponemos que después de aguantarles tanta tabarra sobre una Historia distinta, distante, peculiar y diferente, en nada o muy poco vinculada, según ellos, a la Historia General y común a las tierras hispánicas, estos recientes manumitidos del yugo español contarán en sus planes de estudio con la asignatura de esa su propia historia, la catalana, la vasca…, porque, repito, sería el colmo, y hay que creerles capaces de ello, que entre las materias para enseñar a su nuevas generaciones prescindieran de la de esa presunta historia propia y exclusiva; aunque lo mismo se les ocurría decir que esas historias se han quedado obsoletas y ahora lo que interesa es cultivar la lengua vernácula, tan humillada según ellos, al ritmo de una sardana o al paso de la danzante melodía de un chistu. Todo tan inconsistente como lo es el puro folclore lingüístico nacionalista.
Como la insensatez no podría llegar a tanto, hemos de suponer que en los planes de estudio figurarán los textos de historia del nuevo país liberado. Y aquí es donde las dificultades y preguntas se agolparán como huestes impotentes ante el muro infranqueable del castillo de la verdad. Porque ¿seguirán manteniendo en esos textos nuevos las ya viejas patrañas de que se han servido en el cansino período de convulsión independentista para engañar a niños, padres analfabetos o interesados, charnegos despistados o pesebreros, papamoscas subvencionados, emigrantes sin culpa y sin otro interés que no sea trabajar para vivir y comer? ¿Van a seguir sus periódicos y televisiones serviles manteniendo el mismo discurso oficial frente al de la irrebatible verdad histórica? ¿Qué presunto historiador o historiadores se prestarán a firmar un texto inventado que niegue a su vez los textos en los que se contiene la contrastable crónica de los hechos verdaderos de la secular conjunción de Cataluña con España?
¿No temerán la rebelión en su día de las futuras generaciones engañadas y estafadas en su bagaje cultural por estos demagogos y ambiciosos sin escrúpulos? ¡Qué espectáculo ante el mundo entero!
Acabemos con aquella frase del gran cronista medieval del reino de Aragón, el catalán Ramón Muntaner, cuando ya impulsaba la unidad de aquellos reinos y sus reyes de los que venía a decir que eran de una misma carne y de una misma sangre: “dŽuna carn e dŽuna sang”.
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