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ES LA POLÍTICA, IMBÉCIL

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Por Pedro Conde Soladana para elmunicipio.es

“Es la economía, estúpido”. Con esta frase que ha hecho fortuna en el catálogo de eslóganes de las campañas políticas, Bill Clinton vino a darle la puntilla electoral a George W Buch en aquellas elecciones de 1992 a la Presidencia de los EEUU.

La cuestión política sobre la construcción nacional, en el caso de los EE.UU, dejó de ser un problema grave a partir de la Guerra de Secesión. En España, para desgracia de catalanes separatistas, su problema, que hiere a España, no empezó con la Guerra de Sucesión, que estalló por la disputa sobre el titular de la corona de España entre dos casas reales, Hausburgos y Borbones, no de Cataluña contra España. El problema comenzó cuando recientes e inéditos nacionalismos comenzaron  a ser una obsesión romántica y decimonónica de mentes calenturientas hasta el lunatismo, Sabino Arana Goiri es un ejemplo, las cuales reivindicaban independencia sobre territorios donde nunca existió desde el punto de vista de la nación moderna. ¿Independencia en el pasado? Sí, toda la que quieran entre condados y señores feudales en territorios colindantes que se llevaban a matar por un privilegio, una herencia, una villa o un castillo de más o de menos. Como nación, ¡imposible!, porque como dijo el otro: “lo que nos posible no es posible y además es imposible”. Y es imposible que antes hubiera una nación donde con absoluta posibilidad, que es certeza, no existió nunca; porque aún no había cuajado la nación con sentido de proyecto histórico y una misión de destino, caso indiscutible de España y que ejemplariza como tal la Hispanidad. Pongamos un ejemplo para situarnos en el tiempo de la gestación nacional: ¿en qué bando, con cuál de las dos naciones, España o Francia, estaba Cataluña hace sólo doscientos años, 1808, en aquella Guerra de la Independencia, contra Napoleón, aquel 2 de mayo? ¡Lo mismo, algún catalán separatista nos viene a decir que nuestra Cataluña, que no es la suya, fue en ese conflicto una tercera nación en discordia!  

Pues bien, hablando de economía y política, con otro contenido distinto del aquella frase de Bill Clinton, pero menos incisiva y más sosaina, además de peligrosa e inexplicable, el Presidente del Gobierno, intenta convencer a los españoles de que el arreglo de la economía es poco menos que el remedio secreto, la panacea de todos los males de los que adolece España. Claro que lo sería si fuera ése el solo problema que la acosa; pero España es otra cosa. Mucho más grave que el económico, con serlo transitoriamente, es el que amenaza de continuo a su propio ser y al que Rajoy hace frente con la táctica que dicen del avestruz.

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Los problemas que afectan a su identidad tienen que ver con la larga gestación de ese ser. Parece que hubiera una contradicción entre la largura en el tiempo de esa gestación y la estabilidad de ese ser que no acaba de cuajar. De la noción de España, Hispania, tenemos noticia hace, de largo, dos milenios. Comparando: los  EE.UU de América como nación no llegan a doscientos cincuenta  años. Y mira por cuanto, en el descubrimiento y génesis de lo que fue después esta potente nación de allende los mares, con características de imperio moderno, ya estaba presente en aquellas tierras, más de dos centenas antes, esa España que, paradójicamente, parece no acabar de descubrirse nunca así misma. ¿Por qué? Aventuremos alguna hipótesis. EE.UU es una entidad, formada por un gigantesco aluvión de gentes y razas procedentes de las masivas migraciones modernas, en cuya construcción pusieron empeño y saber unos líderes que unían la propia supervivencia a la del ente que creaban. La Península Ibérica, Hispania, España, partiendo de ignotas tribus fue gestándose en partes por impulso y revulsivo de invasiones que arrasaban y construían, dejando su impronta en territorios, instituciones, títulos y patrimonios que la parcelaban bajo el sistema feudal en condados, con señores de horca y cuchillo, dominios eclesiales, etc., y reinos independientes; con el cristianismo como única, pero fuerte argamasa espiritual y clave de la futura unidad. Parece, no obstante, que no bastó más tarde la ingente, la magna obra  de un matrimonio real cuya sabiduría política les llevó a pergeñar, quinientos años ha, la construcción del primer estado moderno de la historia universal.

Parece también que en el viejo cuerpo de esta nación hubieran quedado inoculados y circulando por su torrente sanguíneo unos virus congénitos a esta raza plural, “cósmica”, que ya descubrió aquel historiador y geógrafo greco-romano, Estrabón, cuando hablaba de aquella Iberia, en la que decía habitaban belicosas tribus que, cuando no guerreaban con las vecinas, sus guerreros lo hacían entre ellos mismos.

Pero el mal no está en la tribu; está, o en la ineptitud de sus jefes o en los embrujos de sus perversos hechiceros que envenenan la carne de la caza tribal y común. Esta metáfora de la tribu y sus jefes tuvo más tarde una traducción al lenguaje real y corriente por aquel trovador medieval que dejó escrito: ¡Oh!, “qué buen vasallo si hubiera buen señor”.

En España, de mucho tiempo atrás, han sobrado y sobran políticos de reata y faltan hombres de estado que gobiernen esta nación plural en identidades, rica en acendrados y ocultos valores, larga y grande en Historia.

Así que cuando uno de estos políticos de serie, alguno de ellos un verdadero mindundi, que llegan tan alto en el escalafón -medidos por sus muchos centímetros de mediocridad-, da a entender que el problema actual de España es sólo de economía, olvidando o desconociendo los demás y, fundamentalmente el político, dan ganas de comprar una maleta, ir a su ocasional palacio e invitarle a que la llene con un par de mudas, se dé una vuelta por el mundo a ver si aprende algo y, de paso, se entere por fuera de lo que pasa aquí dentro.

Pedro Conde Soladana

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