Por Erik Encinas Ortega para elmunicipio.es
Tal como decía el célebre científico Albert Einstein, «el nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad», algo muy distinto a lo que es el patriotismo, que es el amor a la patria, en mi caso a la nación española.
Conviene recordar ahora, más que en ningún otro momento, que no somos nacionalistas los que amamos a nuestro país, sino patriotas, ya que hoy en día a todos nos asocian al mismo grupo, pero realmente no es así. Ejemplo de ello es que en el patriotismo la gente expresa amor por su país de manera pasiva, mientras que el nacionalista se esfuerza por la independencia, los intereses y la dominación de su nación sobre otra. Además expresa su amor o preocupación por el país de una manera más activa que un patriota, y no se suele dar tan vencido como el primero, porque persiste e intenta alcanzar sus objetivos, pudiendo llegar a extremos como la irracionalidad del ser humano.
Por tanto, ser patriota no es lo mismo que ser nacionalista. Es más, considero que el nacionalismo es una invención del ser humano para traer más males entre individuos y colectivos, ya que los enfrenta entre sí. Solo hace falta recordar lo que ocurrió en el siglo XX, para ver que los extremos del nacionalismo llevan a la especie humana a la destrucción, a la ceguera intelectual y el genocidio de las naciones.
En cualquier caso, ningún extremo es bueno, y menos cuando se alcanzan niveles altos de irracionalidad, ya que es un ser sin cabeza, en muchos casos un ser inhumano, capaz de hacer cosas atroces y horripilantes.
Tras dejar clara la distinción entre ambos conceptos, no hay que olvidar que los nacionalismos vuelven a ser vigorosos por el fuerte impulso que tienen en el presente. Además, cuentan con un valor añadido, que les permite venderse como una solución frente a unos momentos de crisis, que les permite resurgir con una fortaleza superior, pero incrédula a la vez, tanto en España como en el panorama internacional, ya que siempre luchan por conseguir una gran dimensión exterior (Cataluña, Escocia o Quebec).
Los nacionalismos son incapaces de ver sus errores y no les gusta tener que hablar de ellos, porque se creen mejores que otros. Es por ello que los nacionalistas tienden a sentirse superior respecto al resto y, aunque no sean una nación, intentan construirla en base a una cultura, un proyecto político y una masa social que los siga. En la mayoría de los casos, la ignorancia se apodera de ellos, llegando a niveles limítrofes con el desastre, perjudicando de manera evidente a su población y al resto de ciudadanos, que no se sienten identificados con la causa.
En conclusión, el nacionalismo es diferente al patriotismo, ya que uno es el daño entre hermanos y el otro es el amor entre los mismos.
Pienso firmemente que se debe trabajar de forma democrática y consensuada para erradicar cualquier nacionalismo, y ese debe ser un reto para el siglo XXI, el desprestigiar al nacionalismo, y así no volver a tener que repetir lo que ya ocurrió en el pasado.
Debemos de mirar al presente y futuro con mejores ojos, no remontándonos en lo ya ocurrido, ya que es totalmente contradictorio con el querer avanzar hacia adelante.