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Yo no quiero un arquetipo; prefiero un capitán

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Por José Ignacio Moreno Gómez para elmunicipio.es

En múltiples ocasiones Enrique de Aguinaga ha reivindicado la figura de José Antonio como arquetipo, como referente ético apto, por sus cualidades morales -probadas hasta la muerte-, para ser ofrecido como modelo de conducta a la consideración de la generalidad de los españoles y de cualquiera que se acerque desapasionadamente, a conocer su figura. Es un noble y bello empeño el de este veterano admirador de José Antonio.

Sin embargo, a mí me parece, y creo no ser el único, que apuntar en este sentido entraña el riesgo de difuminar al personaje, de hacerle  abandonar  sus perfiles concretos, de perderlo, en una labor de abstracción en la que acabaríamos por convertirlo en un ente químicamente puro sin un trozo de tierra donde pueda poner los pies. Y no sólo a él, sino también a su obra. Es la tentación de enterrar al ser de carne y hueso, sobre el que ha caído  tanta ignominia y olvido, para intentar rescatar un símbolo que sea imperecedero.

También puede que haya algo de abulia, algo de indolencia, no en nuestro admirado Aguinaga, desde luego- pocos como él han escrito, publicado y divulgado con tan gran maestría a ambos, obra y personaje-, pero sí en la actitud de tantos (donde me incluyo) como, a lo largo de los años y por circunstancias diversas, tiramos la toalla, abandonamos la empresa y nos conformamos con esto del “arquetipo”, transfiriéndole a una figura imprecisa todo aquello, también impreciso, que anhelábamos pero que no habíamos acertado a darle forma, ni vida, ni continuidad, en ninguna de las falanges de la transición, y que esperábamos que, por reflujo misterioso, el pretendido arquetipo nos devolviera ahora, destilado y atomizado,  en las más variadas y dispersas de nuestras  realizaciones y realidades concretas, a modo de impronta o sello de calidad: “¡oiga!, que yo soy joseantoniano”.

Lo perturbador de los arquetipos es que, tras su doble proceso de distanciamiento- primero en esa especie de descenso a los infiernos o catábasis y luego, depurados de toda ganga mortal, en su proceso de exaltación, vuelta o anábasis- no llegamos a conocerlos del todo. Se nos diluye la figura de la persona concreta y su circunstancia histórica. Poco importa el hombre de carne y hueso que los haya podido encarnar. Su actuar  nos parece irrelevante frente a su quintaesencia; sus opciones concretas nos resultan todas igualmente secundarias y prescindibles. Los arquetipos, frente a los hombres de verdad, se convierten en meras estructuras funcionales con la pretensión de quedar subyacentes a la conducta de individuos, grupos o sociedades, queriendo representar un automatismo al que responder de forma casi espontánea.

Con el arquetipo joseantoniano puede ocurrir, salvando obvias y enormes distancias, algo parecido a lo que sucede con las cristologías gnósticas, que, bajo una forma u otra, entrañan la negación de Jesucristo como Dios y hombre verdadero. El Cristo -el hombre limitado y pecador, en nuestro caso- pierde su importancia como ser histórico y personal. La redención que de él emana se atribuye a haber revelado al mundo una idea moral químicamente pura. Pasa igual que con los personajes literarios de ficción, que son soñados por su autor y por sus lectores cada vez que los leen y los releen, y hasta puede que de forma diferente en cada ocasión.

Por contra, las personas reales son únicas e insustituibles. Su vida tiene, o tuvo si ya murieron, un sólo trayecto, circunscrito a un tiempo y a una experiencia real, donde expresaron toda la verdad que portaban. Cada ser humano tiene asignada una misión, un puesto que, una vez hecho carne en éste, no se puede alterar y sólo admite segundas lecturas  si ese cambio se puede integrar en el resto de la persona y mantener plena armonía con sus recuerdos. El mensaje admite variaciones pero conservando siempre una continuidad. José Antonio es modelo, mejor que arquetipo, de consecuencia, de fidelidad, de generosidad, de entrega… Pero no lo es desde una aséptica posición ideal; lo es desde las acciones y las ideas que encarnó; lo es desde su compromiso social y político, con su sociedad, con su tiempo y con sus camaradas. Y lo es, por auténtico lazo de sangre, y no es asunto baladí,  desde el lugar cenital que ocupó en su Falange Española.

Está bien construir arquetipos, si es que alguno más tuviera cabida en ese sustrato platónico de los fundamentos conductuales. Pero la tarea nuestra quizá deba de  ser más concreta, más pegada a la huella y a los humores últimos del personaje que yace en tierra; parecerse a la del marinero del poema de Whitman que llora y abraza al cadáver de su capitán y continúa manejando la nave hasta llevarla a puerto. La empresa es la que importa, pues nosotros, humanos, sólo somos siervos inútiles de un designio divino de participación en la obra de la Creación. Y, una vez realizada dicha tarea, digámosle también nosotros a nuestro capitán: ¡mi capitán! levántate y escucha las campanas, levántate, por ti se ha izado la bandera, por ti vibra el clarín, para ti los ramilletes y guirnaldas con cintas, para ti multitudes en las payas, por ti clama la muchedumbre, a ti se vuelven los rostros ansiosos.

Yo no quiero un arquetipo; prefiero un capitán.

José Ignacio Moreno Gómez

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2 COMENTARIOS

  1. Es un placer el celebrar el artículo de José Ignacio Moreno Gómez, que por cierto no es ningún «desilustrado» precisamente, sobre el escrito de aguinaga a José Antonio como Arquetipo. Y es un orgullo el que camaradas como él, esté donde esté o no esté, coincidan conmigo en la discdrepancia firme, que tenemos con el gran periodista, pues creo con entera convicción que reducir a Jose Antonio a un arquetipo, es como yo he defendido desde siempre y he confrontado con él, esa definición que reduce al lider falangista a una simple devoción por el hombre ideal, rebajando hasta casi su olvido o su depreciasción política, revolucionaria, doctrina, toda su persona, su mensaje y su obra. Me alegra profundamente, que alguien de la categoría humana y profesional (por lo que sé), coincida en casi todo lo que yo vengo exponiendo desde hace mucos años. Gracias José Ignacio. Un abrazo.

  2. No hay lideres muertos, no hay capitanes muertos, no hay jefe muerto. Hay arquetipo, hay maestro. Y ese maestro, y ese arquetipo, es José Antonio, que trasciende a la temporalidad. Esa es la diferencia. Estoy con Enrique de Aguinaga

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