Por Carlos León Roch
Nunca he estado en Mondragón, ni en Jerusalén, pero es una ciudad que permanece en mi pensamiento como incitación a una vida mejor.
Mondragón; Mondragón en lo humano, como utopía juvenil -aún presente en mi ánimo- de unas relaciones laborales enmarcadas en la justicia y la igualdad.
En aquellos lejanos años sesenta muchos jóvenes universitarios estábamos encandilados por la visión joseantoniana de unas empresas en las que sus propietarios no fueran el capital ni el Estado sino todos y cada uno de sus trabajadores agrupados en sindicatos de empresa, y en las que el capital solo era -y nada menos- que un factor de la producción, pero un factor que, como las máquinas y el terreno, se alquila, pero no se constituye en «dueño»; propiedad reservada al único factor humano de la producción: el trabajo.
Aquella verdadera cooperativa de producción fue idea de un cura de allá, el padre Arizmendarrieta, con el apopo financiero de la familia Oreja. En esa ilusionada empresa colaboraron nacionalistas , anarquistas…y falangistas, entre los que me encontraba, y nos expresábamos en un periódico (Sindicalismo) semiclándestino, vendido a voces por las calles de Madrid y dirigido por otro falangista disidente (Ceferino Maestú), profundamente religioso y cofundador de las Comisiones Obreras… hasta la deriva de éstas a posiciones marxistas.
Han transcurrido más de cuarenta años, y de aquellas esperanzas, de aquellas ilusiones queda la nostalgia. Queda el recuerdo de cuando todos los electrodomésticos “habían” de ser Fagór, en mi entorno, y el famoso hipermercado hacía su negocio en toda España… Y muchos de nosotros nos imaginábamos una España “modelo Mondragón”, ilusionados en la producción armónica, en el deseo de prosperar sin humillar, de sentirnos unidos y felices, amando a una Patria común y disfrutando de nuestras particularidades enriquecedoras. Soñábamos con unas fábricas en las que, al contemplar la salida del trabajo, no fuéramos capaces de distinguir por su aspecto a obreros e ingenieros. Soñábamos -y luchábamos- por una España laboral que fuera como la Arcadia feliz, mirándose en el espejo de un Mondragón precursor.
Aquellos pocos cientos de cooperativistas se han convertido en muchos miles de personas que habitan en Mondragón, en Gupuzcoa; en ese Mondragón rechazado, gobernado por políticos que no son contrarios sino enemigos de la inmensa mayoría de nosotros, y que se alinean con los más abyectos separatistas y asesinos políticos, sin paz, piedad ni perdón.
Ahora, la economía, las pérdidas, la caída de las ventas -que no el rechazo de la ciudadanía- están poniendo en serio aprieto la supervivencia de la empresa.
En el dolor y la tristeza se desvanece mi nostalgia por Mondragón.
Carlos León Roch