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UN FANTASMA, LA ABSTENCIÓN

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Por Pedro Conde Soladana para elmunicipio.es

Hay quien toma la abstención como un defecto o daño a la democracia cuando precisamente es un acicate para su perfeccionamiento.  Hay otros que se la toman  como un bien mostrenco del que pueden apoderarse en cuanto se produce.

Sobre la abstención se hacen análisis interesados para que la sardina propia esté más cerca del ascua; los que tal hacen son los que ya tienen sardina y además quieren llevarse el ascua. Y yo creo que la abstención es una parcela de variadas vetas que da productos distintos.

Para otros, la abstención confirma sus teorías y posturas al extremo de sumar para sí los votos que no contabilizan las urnas. Estos son esos sardineros de la política; los que, digo, arriman el ascua a su sardina ideológica; si es que ideología puede llamarse al batiburrillo de pensares que les bullen en sus meninges o, como se dice llanamente, a la empanada cocida en el horno crematorio de su cabeza. Claro que los hay que tienen la ideología tan plana como un billete de quinientos euros; lo único que cabe en su cabeza política.

Unos se abstienen por ignorancia. Otros lo hacen con plena consciencia. Para los primeros no caben clasificaciones. Se es ignorante y basta. Para los segundos, sí caben clasificaciones, al menos en dos grupos: los que se abstienen porque no les gusta el sistema; en concreto, no les gusta la democracia, y los que lo hacen porque dentro de ésta no ven representadas suficientemente sus ideas o, de las que predominan y entran en el juego democrático, no cubren las exigencias que ellos tienen para una profunda y auténtica democracia. Piensan, por ejemplo, que de poco sirven al ciudadano, con ser importantes, las libertades formales sin los derechos reales que les son propios. Dicho en lenguaje pedestre: me dan plato pero me niegan las lentejas. Con palabras de quien no le gustaba la democracia huera: “de poco sirve la libertad en casa de los famélicos”.

No me voy a ocupar de los que se abstienen porque no les gusta la democracia. Su consciencia es la inconsciencia. Olvidan que cualquier cuna, por más o más baja, tiene su sitio en el Pueblo, que el Pueblo organizado es la Nación, que la nación con un ideal de destino común es la Patria y que la Patria está hecha de sangre, carne y huesos de ciudadanos que la gozan y la sufren. Los pueblos libres son los que eligen a sus mejores. Otra cosa es que en ciertos momentos históricos no abunden muchos de éstos. Mas, al fin: “la aspiración a una vida libre, digna y democrática, como dijo el no nombrado y citado anteriormente, José Antonio Primo de Rivera, es el punto de mira de la ciencia política, por encima de toda moda”.

Por todo ello, en ciertos momentos, yo defiendo la abstención como un hecho consciente de quienes creyendo en la más auténtica y veraz democracia ejercen su crítica al usar la abstención como una forma de voto fuera de las urnas contra una falsa e inauténtica democracia.

Echo, pues, mi cuarto a espadas a favor de esta postura de la abstención que, siendo habitual en toda consulta pública, ha sido calificada, sin embargo, con variados juicios, algunos insultantes, por quienes no ven respaldada o, mejor dicho, por lo contrario, ven asistida por la indiferencia o la duda su opción o propuesta política.

Los partidos políticos, artificiales protagonistas de la auténtica democracia, han perdido su credibilidad como tales protagonistas. La hartura de muchos ciudadanos ante el bochornoso espectáculo de su hipocresía como es predicar democracia para el exterior mientras en su interior funcionan como férreas dictaduras, obliga en conciencia a no prestarse a su juego electoral.

Así que hay momentos en que, tomado como un deber de conciencia, es necesario hacer un repudio a la clase política y su conducta. Este es uno de ellos. Ni España ha podido llegar a menos ni tal clase política a más.

¿Qué mejor acto de repudio que el de la abstención? Y no hablo de la pasiva que viene a ser la de aquellos ciudadanos que tienen de tales, contra su voluntad, solamente el nombre y el ser físico, porque carecen de los más elementales derechos humanos: vivienda digna y trabajo. Son los que no acuden a las urnas porque no conocen ni la fecha ni para qué sirven tales eventos. ¿Qué les interesa a ellos que no sea la forma de sobrevivir? Hablo de la abstención activa, como una decisión razonada, consciente, que conoce perfectamente los hechos y personas sobre los que se opina y ante los que resuelve permanecer expectante, en actitud crítica, porque los motivos y programas en litigio electoral le parecen artificiales, oscuros, incompletos… Y ante esto decide no acudir y mostrar con su inasistencia que el juego a que se le invita tiene trampa, algún vicio de origen: o en sus reglas o en sus métodos o en sus contenidos o en sus fines.

¿Qué hacer entonces, qué otra salida más coherente habrá para quien así piensa que no sea la abstención? ¿Puede nadie poner en entredicho esta postura, tan ética en uso de los principios democráticos como cualquier otra? Políticamente tiene tanto significado e interpretación como el sí, el no o el voto en blanco. Este último viene a denotar un indiferente sometimiento. La abstención activa, por el contrario, se distingue de él por su actitud radical de no aceptación consciente.

La abstención activa es, por tanto, una forma de votar. Podría denominarse el voto por exclusión o voto fuera de urna. Y como tal hay que contabilizarlo.

He ahí un reto y un campo a ganar por las diversas opciones políticas. En la mejoría, coherencia y autenticidad de sus propuestas y programas, y sobre todo, de sus conductas, está la clave para convertir el voto abstencionista en voto activo, de urna. Ahí tienen el desafío.

Y conste que en estas elecciones inmediatas, locales, cercanas, voy a votar por quien ha demostrado eficacia en su gestión hasta hoy; aunque sólo sea por agradecimiento ciudadano. Si, por el contrario, en estas mismas fechas fueran las nacionales, mi voto sería el de la abstención activa. La razones, a la vista: España, la Patria de nuestros amores, está gobernada por un tipo de hombres públicos tan vidriosos y extraños que más parecen enemigos de su ser y existir que sus leales líderes políticos. Nunca ha estado tan cerca de su destrucción. Destrucción que se inició en un no menos extraño y canalla 11 de marzo de 2004; con la cabeza de tales dirigentes hoy metida, inexplicablemente, bajo el ala: ¡AVESTRUCES!

            Pedro Conde Soladana

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