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LA MEDIOCRIDAD EN EL PODER

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democracia
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Por Pedro Conde Soladana para elmunicipio.es 

Hace tiempo sospeché, hoy lo tengo constatado, que la democracia es campo abonado para mediocres, que abundan como hongos camperos e invaden las más altas cotas y terrenos de la política. En estos momentos tal certeza se cumple como absoluta en los predios hispanos y se puede extender la creencia a toda Europa así como a todas las democracias del mundo. Son muchos los estúpidos llegados a la política que no saben articular una palabra y dar un paso a la vez, ni a la inversa, como se decía en Estados Unidos de aquel que llegó a la Presidencia desde, creo, una plantación de cacahuetes. En honor a la verdad, el dicho se refería a dos funciones un tanto escatológicas, como era escupir y soplar por los carrillos occidentales al mismo tiempo. Cosas de la gran democracia americana en la que todo un Presidente puede ser echado a patadas de la Casa Blanca por mentiroso. Qué envidia. Acá, un Presidente se consolida más cuanto más miente.

Aquí, en España, la mediocridad está instalada de arriba abajo, desde la Zarzuela, pasando por la Moncloa, hasta el ayuntamiento pedáneo de Guarramelón de la Medianía. La clase política, con las excepciones de siempre que confirman la regla, es tan limitada y vulgar en sus valores que entre otros males y daños han puesto la nación a la que pertenecen en riesgo de destrucción. Entre otros males y daños, digo, porque son muchos más los infligidos a aquélla por la mediocridad de tanto mentecato metido a político.

La mayoría de estos individuos que se dedican a la res pública no la sienten como vocación, como un servicio al pueblo, del que se extrae su dignidad, su orgullo y hasta su pequeña, permisible y aceptada vanidad. Y es que el honor, que es el carné de identidad del alma, no es precisamente su primer atributo. ¿Qué es eso de honor? He ahí una pregunta que apenas se hace nadie en una sociedad indigna en la que la cartera, la buchaca, la bolsa, la faltriquera, las alforjas de la pastizarra, han ocupado su lugar; cuando el honor tiene su sitio y el dinero el suyo. Tan entredicho está hoy el honor que hasta un famoso locutor de radio, valiente por otro lado y tozudo como buen aragonés, sin pelos en la lengua, de vez en cuando se pregunta qué es eso del honor cuando alguien lo saca en su defensa. A mí me parece que es preguntar por un valor, un principio, una condición, un atributo, un patrimonio, que se tiene o no se tiene. Y qué duda cabe que hay quien lo tiene y le sirve de guía para su conducta en la vida. Es un acicate, es una flecha que le marca la dirección hacia el horizonte del deber. Es un mandamiento del alma para no caer en la indignidad. Es, en definitiva, “la cualidad que impulsa al hombre a conducirse con arreglo a las más elevadas normas morales”. Es cumplir con uno mismo para y por respeto a los demás. Es acatar las leyes justas; como es combatir, con todas las consecuencias, las injustas. El honor es plantarse frente al poderoso indecente, malvado y soberbio; como es defender al humilde digno y nunca al indignamente humilde.

Los mediocres son peligrosos cuando ignoran sus propios límites, su propio techo, y rebasan ambos. Entonces la mediocridad se convierte en osadía; lo que viene a hacer cierto aquel refrán de que no lo hay más atrevido que la ignorancia. Y en política, un mediocre osado es un peligro público.

Lo cierto es que la democracia paga muchos tributos a su propia generosidad y envergadura. Es un sistema tan abierto que hasta los analfabetos funcionales son libres de decir las mayores bobadas sin censura. Es más, los verdaderos intelectuales, los capaces, pueden quedar sepultados por el magma inmenso de la mediocridad rampante e imperante. Por eso la elegancia intelectual y el desprecio a la plebeyez hace que los dotados dejen el hueco al ejército de indoctos y mediocres que toman al asalto la ciudadela de la democracia. Es el momento en que la barbarie eleva a ésta a la categoría de ninfa y meretriz de la libertad.

Pedro Conde Soladana

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