Por Eduardo López Pascual para elmunicipio.es
No hay duda de que España viene atravesando una situación verdaderamente preocupante o dicho de otra manera, vivimos la peor época social y política desde el principio de la transición. Esto es incuestionable; los desafíos independentistas, la precariedad del empleo, las pésimas expectativas de futuro para nuestra patria, y desde luego el espectáculo a que nos someten los políticos de turno, han traído la decepción de millones de españoles, la frustración de generaciones, y como resultado una peligrosa deriva hacia soluciones nada recomendables desde un punto de vista democrático.
Es más, lamentablemente, observo -y no quiero ser exegeta de nada-, que hay una cierta corriente de opinión entre quienes se consideran más o menos cercanos a nosotros, proclives a un cambio a los populismos de derecha, a las respuestas radicales de corte “lepenista”, o al aire de las emergencias neoconservadoras de Alemania, Holanda o países del antiguo Este Europeo. No hace falta recurrir al discurso pagano y neoconservador de Benoist, y de otros opinadores semejantes, para fijarse en las simpatías con que algunos que se dicen joseantonianos, según creo y puedo estar equivocado, se muestran ante los avances de las ultras derechas-, en Francia, Suecia, o Alemania, por ejemplo. Y eso tiene una muy perversa traducción como sería la vuelta a unas ideologías que nada tienen que ver con el espíritu humanista de Falange.
Un discurso para rebajar las conquistas democráticas (aún con las deficiencias que objetivamente hay), una acción política que amparara discriminaciones, carencias de libertades, o vuelta a estados de excepción y dictadura, no es compatible, no debería serlo, para nadie que se precie de seguir la norma y el estilo José antoniano que, como afirmaba en 1931, la aspiración de todos los pueblos es la de una sociedad afable y democrática. Yo comprendo que el grado de separación entre la ciudadanía, motivada por unos políticos seriamente incapacitados, muevan a una contestación fuerte y justificada, yo entiendo que esta clase política que nos gobierna en el ejecutivo y en el legislativo, hayan despertados un rechazo cuasi general a esta forma de gobernar, pero en absoluto ello tendría que ser ventana abierta para que otro mensaje populista – de signo contrario-,o sea, la nueva derechona, de la que el fundador falangista nos ponía en alerta, la pongamos como tabla de solución a los problemas de España.
Peligro, peligro inminente. Porque si malo es esta ola izquierdosa, que no de izquierdas, igual o más malo sería la vigencia de una alternativa de inspiración fascista, poco o mucho declarada. Y en eso, a pesar de las traiciones sociales y humanísticas con que nos acosan esta vieja y resentida izquierda; nosotros, yo al menos, no podemos caer en una trampa de la que jamás volveríamos a salir. No tropecemos en la misma piedra que nos condujo, a los falangistas, hasta la práctica desaparición de la vida democrática de nuestro país. España, y Falange, se merecen una posición serena, independiente y fiel a sus principios, por encima de los disgustos, graves disgustos, más que disgustos, que una panda de advenedizos quiera imponernos en este tiempo de tribulaciones.
Eduardo llevas toda la razón pero una cosa trae la otra. Por eso no se puede uno definir de izquierdas. Ni de izquierdas ni de derechas ni tampoco del centro, sino falangista.
Frente al paneuropeísmo mítico de Amadises y Tirantes, nosotros seguimos abrazados a la causa, real y encarnada en millones de seres humanos, de nuestro desventurado Sr. D. Quijote, que no ceja en su lucha contra los gigantes descomunales bajo apariencia de laboriosos molinos de viento. A la Europa de Benoist y sus seguidores, nosotros anteponemos los valores hispánicos y quijotescos, aunque estos sean en apariencia los valores de los débiles y los perdedores. ¡Arriba los valores hispánicos!
Camarada Eduardo: ¡Bravo! Que no calle la voz de la auténtica Falange.