El concepto aunque con distintas maneras de expresarlo, creo que está suficientemente aclarado; podría servir: cambiar los estamentos sociales de una Nación. Más hay otras descripciones igualmente válidas que ni me ocupan ni preocupan, al estar de acuerdo con todas ellas.
En mi criterio, el principal problema se origina en que vivimos en una nación que con todos sus errores, se rige por una Constitución, y que para implantar una revolución esta debería ser abolida en su totalidad. Entonces es cuando vienen las dos incógnitas a resolver: ¿Cuándo? ¿Cómo?
Rechazada por obvia la opción de la violencia, nos queda la del convencimiento, con toda la carga que la palabra comporta.
El término revolución está tan claro que no es necesario añadirle ningún adjetivo. Y de paso, se matarían de un tiro dos pájaros a la vez.
Muchos son los que piensan (y es verdad), que el añadido de nacionalsindicalista al concepto revolución, no es en la actualidad posible por razones obvias que todo el mundo conoce, entonces si la circunstancia de los “forrenta años” es la que detiene las ansias revolucionarias, es muy sencillo: no se habla de ello y en la tierra paz y en el cielo gloria.
El quid de la cuestión es bien distinto. El que quiera integrarse en la empresa, debe tener claro su escala de valores. Repasar los pros y los contras, sobre lo expuesto y al final tener el convencimiento que está en el lugar deseado, siendo consciente que nunca una doctrina política puede satisfacer todas y cada una de sus apetencias particulares. Resumiendo, si en el mapa conceptual de cualquier persona, a un lado se colocan los pilares irrenunciables en que se basa el modelo propuesto, España, dignidad, integridad y justicia social y se los magnifica convenientemente y por el otro aparecen la vestimenta a utilizar, las canciones a entonar, y las conmemoraciones a gestas pasadas, todo relacionado con un pasado glorioso y sobresale el primer grupo, sin duda estará en disposición de formar parte de un colectivo que trate de sacar a España del estercolero.