Por Eduardo López Pascual para elmunicipio.es
Había pensado no escribir sobre él, pues casi todos lo han hecho con más méritos que uno, pero no podía quedarme al pairo. Casi todos los que han escrito sobre José Antonio, y aquí no se cuentan las biografías, tratan a José Antonio como un arquetipo de persona llena de virtudes y de valores cívicos éticos, que le hacían especialmente modelo a imitar. Se habla, en estos textos, de patriota irrepetible, de hombre religioso, de español ejemplar, o de personaje histórico pero sin especificar lo que es, bajo mi punto de vista, su principal condición como fue su compromiso político y, en aquellos duros años de su acción como líder de Falange Española, su actitud revolucionaria y su programa de cambio social. No creo yo, que José Antonio fuera arquetipo de nada, y seguramente él mismo no quería que lo calificaran así. Él no fue nunca un místico en su trayectoria política, quizá tampoco un dechado de virtudes en moralinas, sino un español con una mochila de proyectos y sugerencias, y sobre todo, de compromiso por una España distinta y mejor de la que millones de ciudadanos estaban sufriendo en un periodo convulsivo y peligroso pero, por esto, sería un político con adversarios no solo en las oratorias parlamentarias, cuanto en situaciones de duro rechazo y enemigos violentos. Para media nación, José Antonio fue un político a despachar, así que vamos a dejar que fuera “patrimonio de todos los españoles”, que eso nunca se reconocerá y, aunque nos duela, abandonemos la fácil ceremonia del arquetipo, no porque no lo hubiera sido – que cada uno tendrá su opinión-, sino porque para mí lo grave es que así se le reduce a una mera simplificación de su personalidad como político, obviando evidentemente, su carga revolucionaria y de transformación social.
He tenido, en esto, diversas conversaciones con joseantonianos de mucha enjundia, y a los que admiro, pero de los que discrepaba y discrepo amable pero firmemente, de esta reducción que se hace del personaje. Creo que no podemos erigirnos en una especie de cofradía de buenos amigos, reunidos para cantar solo, sus reconocidos valores humanos, su fortaleza espiritual, sus convicciones más íntimas que, naturalmente, no niego y, sin embargo, dejar en otro plano inferior su filosofía política, su acción en la lucha política, su idea de Patria, Pan y Justicia, no es, desde mi opinión, sino una tarea para situarlo en altares de descompromiso social, entendido esto, como una actitud de buena conducta y por ello digno de imitarse, pero alejado de cualquier reivindicación yo no lo veo arquetipo, eso me parece una figura retórica. Y lo desvaloriza como un político con una profunda intención de cambiar una sociedad castigada y enferma por la pobreza, la marginación y la esclavitud que imponía un sistema capitalista absolutamente lapidario. José Antonio fue reconocido no por sus aspectos más metafísicos, había sido aceptado como un hombre que aspiraba a hacer una revolución social en un país pleno de contradicciones. Presentemos a José Antonio como lo que en realidad quiso ser, un español comprometido con la verdad, la dignidad y la libertad de todos los ciudadanos; atarse en esas consideraciones casi teologales, implican necesariamente rebajar su compromiso humano por una patria que no les gustaba. Hablemos de José Antonio, como el hombre que propugnaba la sustitución del capitalismo por un sistema donde el trabajo fuera una proyección natural de ese mismo hombre; digamos de José Antonio que fue un patriota que dio su vida por una España sin caciques, sin desahucios, sin hambre y sin hogar. Lo demás se da por añadido.
Para mí es muy difícil estar en desacuerdo con Eduardo López Pascual y en esta ocasión, aun reconociendo sus aciertos en su exposición debe comprender López Pascual que no todos vemos la figura del José Antonio de la misma manera, por eso el debate ideológico, que tantas veces faltó entre los falangistas, a las pruebas me remito, sería muy interesante y saludable para los que todavía hoy pensamos que muchas cosas que dijo el fundador de Falange se podían aplicar en esta España del siglo XXI, llena de individuos que en vez de unir desunen.