Por Pedro Conde Soladana para elmunicipio.es
Esa carencia, la mediocridad, que puede transmutarse en vicio pero que nunca será una virtud, es lo que invade actualmente la vida política de España. La “calidad baja o casi nula”, la “falta de valor o ideas”, la “falta de inteligencia o de capacidad para realizar algo”. De cualquiera de las tres definiciones que da el diccionario de esta palabra se puede coger alguno de los conceptos para describir la mediocridad que, como una inmensa marea, ha anegado la vida pública española.
La calidad de la mayoría de los políticos actuales está entre la nulidad y la escasez; su falta de valor a la altura de sus ideas; de lo que viene a deducirse el origen de la desbordante inundación de tipos vulgares, mezquinos, grises y anodinos, que con una insultante falta de inteligencia para desempeñar un puesto político a cualquier escala o de una incapacidad perjudicial para los intereses comunes se han instalado como okupas en el hoy destartalado y descombarcado edificio del Estado español. Si a esas carencias sumamos la amoralidad o la inmoralidad de otros muchos, su descarada falta de conciencia y su desatada corrupción, unido a una falta de dignidad y honor, el panorama social es deprimente hasta la congoja.
¿Qué futuro se puede prever entonces? La respuesta no puede ser otra que la de tenebroso, como la amenaza de una negra tormenta en el horizonte. Una nación tiene en riesgo su permanencia como tal si su entramado social está tan debilitado intelectual y moralmente, si su cañamazo humano está tan mal trenzado y estructurado como para que el tejido social pueda aguantar un tirón de violencia interna o externa. No puede ser que individuos tan incapaces, cobardes e inmorales tenga en sus manos el timón de esta gran nave que es la nación española. Nave que viene surcando los seculares tiempos, desde su botadura de un puerto de la Historia, hace unos tres mil años, buscando en su transcurso un destino que culminó e inscribió en su hoja de ruta hace siglos con caracteres universales. No puede ser que a manos de tan torpes timoneles estemos a punto de perder el gobernalle.
Mas lo grave de la situación que ha seguido a esa marea de la mediocridad de tales políticos es el efecto que sin solución de continuidad ha arrastrado: otra marea de pasividad ciudadana, con unos componentes de impotencia, dejadez, estulticia e insensatez, unido todo a otra dosis de cobardía, como contagio de la que adolece la clase política que gobierna.
El contagio del mal ejemplo es tan evidente como el que se produce con una enfermedad en un cuerpo físico. Si la cabeza está putrefacta el cuerpo no tarda en corromperse. El vulgar ejemplo de la merluza cuya cabeza está podrida sirve para explicar sin hipérbole la descomposición del cuerpo social de una nación cuando su testa esta infecta.
Llegados aquí, es necesario preguntarse dónde está esa parte animosa de España, ese genio salvador de su permanente ser, del que hablaron siempre sus intelectuales y hombres de Estado; dónde los ciudadanos, los españoles auténticos que a última hora, en el último momento de una crisis vital de la Patria común han salido a la calles de sus pueblos y ciudades para gritar: ¡Hasta aquí!
¡Basta ya de mediocres políticos, vulgares y estólidos ciudadanos; mezquinos, grises y anodinos gobernantes!
¡Basta ya de tomar la política como dehesa para pastar en el presupuesto!
¡Basta ya de individuos corruptos, nepotistas y, encima, soberbios, sin dignidad ni honor!
¡Basta ya de una dañina cultura-incultura de la ciudadanía española que le ha llevado a desconocer la Historia de su propia nación!
No hay pueblo que pueda levantarse de su postración si a quienes le gobiernan les aqueja un mal tan incurable como es la mediocridad, de la que no se sale, porque se ha nacido con ella como se nace con un tipo de cara, que no le cambiará su ser, a cuyo exterior representa, por mucha operación de estética que se haga.
Pedro Conde Soladana
Excelente reflexión. Tan obvia para unos pocos, tan incomprensible para millones de borregos.