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Asaltando el cielo

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Por Laureano Benítez Grande-Caballero para elmunicipio.es

Pablo Iglesias define con esta frase el objetivo del cambio del que se cree único Mesías. ¿Cuál es su verdadero significado? ¿Asaltar la Moncloa? ¿O quizá haya que entenderla literalmente, como una campaña contra la Iglesia Católica?

Es un hecho conocido que toda revolución precisa de símbolos, de líderes y de consignas, frases incendiarias que publiciten y expresen con pocas palabras mensajes populistas con los que enardecer a las masas y así poder manipularlas. Pablemos, refiriéndose al cambio que pretende introducir en España, encontró hace tiempo su soflama revolucionaria: “Asaltaremos los cielos”.

¿Qué es son esos “cielos” de los que habla el sr. Turrión? Pues generalmente se entiende que son una metáfora del poder: la Moncloa. Pero es muy posible que no sea un alegoría, sino que la palabra “cielos” haya que entenderla en su significado literal, en el sentido de que, una vez conquistadas las ágoras enmoquetadadas y los salones versallescos donde admiran su falta de corbatas y sus vaqueros desteñidos, los podemitas dirijan a sus hordas al asalto del cielo, para okuparlo, para hacer de él otro “Patio Maravillas”.

Desde luego, la arenga “Asaltaremos los cielos” queda como más mística, más rimbombante y fastuosa que otras consignas más prosaicas, tales como “Cruzaremos el Manzanares” ―remedando el paso del Rubicón por Julio César―, “Tomaremos Alcalá-Meco” ―por aquello de que no tenemos ninguna Bastilla a mano que asaltar―, o el castizo “¡Viva la Pepa!”, creado para alabar la Constitución de 1812, aunque aplicado a los radicales de izquierda la cosa no deja de tener su enjundia, pues calificar a alguien como un viva-la-pepa equivale a llamarle irresponsable o despreocupado.

“Asaltar los cielos” puede parecer una quimera, una utopía típica de falansterio okupa, pero no se queda ahí la cosa, pues estos revolucionarios han hallado otra frase colateral con la que animar a su auditorio: “¡Sí, se puede!”. No es original, pues el copyright es de Obama, pero queda resultona y muy como de manual de autoayuda.

Y, como además de soflamas, toda lucha revolucionaria precisa de logotipos más o menos simbólicos, el de esta campaña podría muy bien ser diseñado a partir del logotipo del programa televisivo “Fort apache”, consistente en un sombrero de copa atravesado por una flecha: bastaría sustituir el sombrero por la mitra papal para dotar a la soflama revolucionaria de un logotipo anticlerical adecuado.

Pablemos ―imaginemos el desgarrador estigma que supondrá para él la increíble ironía de apellidarse “Iglesias”― sueña con un mundo “yuppie” donde una mañana, asomándose a una ventana del palacio Real, incensado por sus monaguillos barbudos, pueda proclamar solemnemente la famosa frase de Azaña: “España ha dejado de ser católica”.

Y que se ande con cuidado con su apellido, no sea que alguna incendiaria se lo impugne o lo desamortice porque, para abrir boca en este asedio celestial, ya tenemos en Madrid una avanzadilla con la inefable Rita “la quemaora”, de profesión asaltacapillas, pionera de esta yihad contra los cielos católicos, aunque en vez de llevar burka opte justo por lo contrario: marchar hacia el cielo a pecho descubierto, y nunca mejor dicho. Sólo se trató del asalto a una capilla, pero por algo se empieza, y puede valer como precedente y entrenamiento para cotas más altas. Lo estupefaciente es que “la quemaora” ha dicho que de pequeña rezaba el rosario con su abuela. Habría que investigar qué decía en cada cuenta, si avemarías o sísepuedes.

Después de asaltar capillas, como España es un estado aconfesional, pedirán cambiar el nombre de las calles con nombres de santos, y llevarán al desván de los recuerdos, a la almoneda del Rastro, los cuadros religiosos que encuentren en los pasillos y salones de los edificios que okupen. También en este campo revolucionario tenemos ya una pionera aventajada, la alcaldesa de Córdoba, que en pleno afán desamortizador pretende retirar los símbolos religiosos del Ayuntamiento ―cuadros en su mayoría― para «respetar la laicidad» en el ámbito de lo público (sic).

Sin embargo, si tenemos que encontrar el origen de esta campaña contra los cielos, tenemos que remontarnos ―¡cómo no!― al 15-M, cuando energúmenos de este movimiento acosaban y hostigaban a los jóvenes católicos de todo el mundo venidos a Madrid a finales de agosto de 2011con motivo de las Jornadas Mundiales de la Juventud, con el grito de: “¡Esa mochila la he pagado yo!”, refiriéndose a las pequeñas mochilas que se les habían proporcionado para el encuentro. Además de que las Jornadas dejaron en Madrid 90 millones de euros, habría que preguntarse quién paga los centros de okupas tan mimados por algunos ayuntamientos poedmitas.

“Asaltar los cielos” también puede hacerse por pasiva. En este sentido hay que entender a esos ediles que no asisten a las fiestas mayores de sus patronos ―lo cual incluye actos religiosos―, haciendo dejación de su obligación de representar a la ciudad que gobiernan. Son los casos de Carmena ―que se ausentó por motivos vacacionales de las fiestas de la Paloma―; el alcalde de Santiago, Martiño Noriega, que dejó plantado al mismísimo apóstol en su día grande; y, por supuesto, la abracadabrante Ada Colau, que tampoco asistió a las fiestas de la Mercé, desairando a la Virgen.

¿Conseguirá triunfar la izquierda radical en su asalto a los cielos? Para este propósito tienen un as en la manga, la colaboración impagable de san Pedro, el mayordomo que custodia las llaves celestiales. Se apellida Sánchez, pero será el topo que abra las puertas a las hordas del rojerío.

Mas no hay nada que temer, pues este asalto ya se ha intentado más veces en la historia, y al final siempre resulta que “con la Iglesia hemos topado, sr. Iglesias” ―valga la extraña redundancia―. Y, ya que estamos de consignas y soflamas, traigamos aquí a colación aquella frase de acuñación francesa, cuyo significado destruye de raíz todas las arengas revolucionarias a que son tan dadas los franceses: “Cuanto más cambia todo, más sigue lo mismo”.

Recuerdo la genial viñeta que publicó Mingote en 1965, refiriéndose a los cambios conciliares en la Iglesia. En ella se veía a dos señoras madrileñas con vestidos de pieles a la salida de la misa de 12. Una le dice a la otra: “Mira Gertrudis, ir al cielo, lo que se dice ir al cielo, iremos las de siempre”.

Pues eso. Para decirlo con otra frase ―aunque sea de extracción roja―: “¡No pasarán!”.

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