Con una amplia investigación publicada en internet el domingo 27 de septiembre, el periódico Die Welt ha informado de que junto a los centenares de miles de prófugos procedentes en estos meses de Oriente Medio está llegando a Alemania también uno de los principales motivos de este gigantesco éxodo: el odio religioso.
Las denuncias y los episodios de enfrentamiento y de persecución se han multiplicado en los centros de acogida para los que solicitan asilo. No es una bonita noticia para un país que se prepara a recibir un millón de prófugos en los próximos doce meses.
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«No puedo decir quiénes son»
Die Welt recoge, por ejemplo, el testimonio de Said, un iraní que ha llegado a Alemania a pie atravesando Turquía y que ha sido asignado a una estructura del Land Brandeburgo, cercano a la frontera con Sajonia, que acoge mayoritariamente a refugiados sirios, la mayoría musulmanes suníes.
«En Irán», dice Said, «los guardianes de la revolución han arrestado a mi hermano en una iglesia doméstica clandestina; yo he huido del servicio secreto. Pensaba que en Alemania habría podido por fin vivir mi fe; en cambio, en mi centro de acogida no puedo decir abiertamente que soy cristiano porque me amenazan».
«Amenazan con matarme»
«Durante el Ramadán», prosigue el refugiado iraní, «me despertaban antes del amanecer y me decían que podía comer sólo antes de la salida del sol. Si me negaba, me llamaban kafir, es decir, infiel. Me escupían. Me trataban como un animal. Y amenazaban con matarme». Said cuenta al periódico alemán que pidió ayuda a los responsables de la seguridad del centro, que no movieron ni un dedo. «También ellos eran todos musulmanes», explica.
También Reza Rahman es iraní como Said: cuando ya no pudo esconder su pertenencia religiosa dentro del centro de acogida en el que residía en suelo alemán prefirió irse porque allí «como cristiano no estaba seguro».
La sharia como ley
Los casos de Reza y Said no son en absoluto casos aislados, explica a Die Welt Gottfried Martens, pastor de la iglesia evangélico-luterana de Berlín, que ha abierto para los prófugos un dormitorio en el que ahora se alojan también los dos iraníes entrevistados. Martens relata que en su comunidad hay aproximadamente 600 afganos e iraníes, la mayor parte de los cuales han sido bautizados por él personalmente.
«Casi todos ellos tienen graves problemas en sus centros» en los que prevalece, según el religioso, «la visión de los musulmanes más estrictos: «Allí donde estamos nosotros reina la sharia, reina nuestra ley»”.
Los cristianos, continúa el pastor, no tienen acceso a las cocinas y quien no reza cinco veces al día en dirección a La Meca es intimidado. Sobre todo los conversos del islam. Los cristianos, dice Martens, «empiezan a preguntarse: ¿qué sucederá cuando los refugiados integristas dejen los centros? Nosotros como cristianos, ¿tendremos que escondernos en el futuro en este país?».
Los mismos gritos de Estado Islámico
Die Welt refiere otros testimonios y episodios emblemáticos. Un joven cristiano sirio ha denunciado las amenazas que ha recibido en un centro de primera acogida en Giessen; en su opinión, entre los prófugos se esconden también los cortadores de cabezas del califa Al Baghdadi: «Gritan los mismos versos del Corán que gritan los milicianos del Estado Islámico antes de decapitar a las personas», dice.
En Ellwangen, en el Baden-Württemberg, durante el Ramadán estalló una gigantesca pelea entre musulmanes, cristianos y yazidíes.
Vuelta a Mosul
«Particularmente dramático», escribe el periódico alemán, es el caso de una familia cristiana que llegó a Alemania desde Irak y que fue acogida en un centro de Frisinga, en Baviera. El padre ha hablado ante las cámaras de la Bayerischer Rundfunk y ha declarado haber recibido golpes y amenazas por parte de extremistas islámicos sirios.
«Gritaban contra mi esposa y pegaron a mi hijo. Decían: te mataremos y beberemos tu sangre». Obligados a vivir como reclusos, decidieron volver a Mosul. Pero en la ciudad iraquí caída en manos del ISIS (Estado Islámico) hace más de un año no hay lugar para los cristianos, por lo que la familia se resignó a establecerse en Erbil, en el Kurdistán iraquí, donde se sufre desde hace meses una situación de grave emergencia a causa de los prófugos.
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Ilusión rota
«Debemos quitarnos la ilusión de que todos los que llegan aquí son activistas de los derechos humanos», declara a Die Welt Max Klingberg, de la International Society for Human Rights y que desde hace 15 años se ocupa activamente de la acogida de refugiados en Alemania. «Una parte no insignificante de los nuevos llegados vive una intensidad religiosa de nivel comparable, como mínimo, a los Hermanos Musulmanes».
Klingberg habla de agresiones graves que llegan incluso al homicidio entre musulmanes (suníes contra chiíes), «pero la parte peor se la llevan los yazidíes y los cristianos».
Hipótesis de separación
No es casualidad que en Alemania se esté debatiendo seriamente en estos días la hipótesis de separar a los refugiados física y “geográficamente” según el grupo de pertenencia. Por ahora sólo lo ha intentado el gobernador de Turingia, Bodo Ramelow, del partido Linke (más a la izquierda que los socialdemócratas), pero se ha limitado a dividirlos por país de origen excluyendo de manera explícita una segregación en base a los credos profesados porque «también los musulmanes muy religiosos tienen que aprender a vivir con las otras religiones», ha dicho a Die Welt el ministro de Inmigración del Land.
Publicado en Tempi, traducción del italiano de Helena Faccia Serrano, visto en la página de Religión en Libertad.