Ya es hora de que nos rebelemos contra el totalitarismo de las minorías radikales que pretenden gobernar en contra de los principios y valores de la mayoría de los españoles
Por Laureano Benítez Grande-Caballero para elmunicipio.es
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La invasión de las hordas radikales que España padece en los últimos tiempos nos ha traído, como no podía ser menos, una jerga revolucionaria o, cuando menos, un uso especial del vocabulario cotidiano, para adaptarlo a sus estrategias subversivas. Así, tenemos expresiones como «asaltar el cielo», «no nos representan», «a por ellos», «nuestros sueños no caben en vuestras urnas«, «no hay pan para tanto chorizo», etc. El último invento lo ha protagonizado la CUP en Cataluña, diciendo que, para continuar la lucha hacia la independencia, es preciso «montar un pollo». Me parece una idea genial porque, ya que acabarán teniendo un corralito, al menos ya tienen el pollo.
Y así tenemos que, mientras las falanges de hoplitas radikales ―que apenas llegan a 300― se lo montan bien, okupando corrales, patios, plazas, ágoras, tertulias, cadenas de televisión, ayuntamientos y salones autonómicos, la mayoría silenciosa ―46 millones de españoles― puesta a montar algo, solo «monta la gallina», ave nada espartana, que se asusta de su propia sombra.
Curiosa democracia la nuestra, donde una caterva de 300 radikales de baja estofa y calaña campan por sus fueros ante la indiferencia de 46 millones de españoles, que dormitan letárgicamente entre bostezo y bostezo, como diría Machado, como si nada fuera con ellos. Y así nos va, porque ya dijo Fernando Fernán Gómez que «en España no solo funcionan mal los que mandan, sino también los que obedecen», cuyo mensaje me recuerda a la genial frase de Elbert Hubbard: «La democracia tiene por lo menos un mérito, y es que un miembro del Parlamento no puede ser más incompetente que aquellos que le han votado».
El abominable frentepopulismo de las últimas elecciones autonómicas ha otorgado el bastón de mando de muchas instituciones a minoritarias falanges ―perdón por el vocablo― de hoplitas que montan sus pollos y sus chiringuitos subversivos como si tuvieran la mayoría absoluta, violentando la sensibilidad y las creencias de la mayoría de las poblaciones a las que gobiernan, sin que éstas ―en una prueba de supina incompetencia― se rebelen contra sus agresiones. Los ejemplos de este totalitarismo hoplita abundan por doquier.
En una encuesta realizada por Metroscopia para «El País», cuyos resultados se publicaron el 9 de octubre, Compromís obtendría únicamente un diputado en el Congreso, al obtener un escuálido porcentaje del 7,3%. En otra encuesta publicada ese mismo día, el 87% de los valencianos manifestaron sentirse españoles. Sin embargo, estos datos abrumadores no han sido óbice para que Compromís esté realizando una política de «tierra quemada» en contra de lo español y a favor del pancatalanismo allí donde ha tomado el poder, como consecuencia de los contubernios de la izquierda.
Pedro Sánchez, destacado cargo de los 300, amenaza con eliminar la asignatura de religión del currículum educativo, aunque se imparta en centros privados, y con esta propuesta pretende montar el pollo al 63,5 % de los padres españoles, que quieren que sus hijos reciban clases de religión católica en los centros de enseñanza.
Los independentistas catalanes pretenden seguir adelante con su aventura quijotesca, sin tener en cuenta que perdieron el plebiscito, pretendiendo imponer sus soflamas indepes a una mayoría del pueblo catalán.
Lo mismo sucede con los 300 vascos, ya que están empeñados en pactar un «referéndum legal de autodeterminación» con el Estado (sic), hablando de aberraciones como «nación foral» y otras lindezas. Y esto sin tener en cuenta que solo un tercio de los vascos quieren la independencia.
Yo, la verdad, ante estos desmanes totalitarios, me pregunto a quién representan esta gentuza de los 300, que, además de que no han ganado ninguna elección, gobiernan dictatorialmente contra las creencias y principios de la mayoría, que no les ha votado, pero que ni aun así se replantea dejar de «montar el avestruz», a base de esconder la cabeza en la arena en vez de oponerse a las barrabasadas de los 300 mamelucos.
Un hecho incontestable es que somos muchos más, así que se me ocurre preguntar cuándo la mayoría silenciosa se decidirá a montar su pollo, porque imagino que sabremos montar escraches a los líderes de los 300, organizar manis contra las falanges totalitarias, efectuar acampadas en las ágoras desde las que pretenden tomarnos el pelo, darles leña hasta que se haga realidad aquella frase tan espartana y trescientista de «vuelve con la bandera roja, o sobre la bandera roja», disparar tuits para responder a su matonismo bananero. Pues que sea sobre la bandera, claro, robándoles incluso sus mismas consignas espartanas: «Aquí lucharemos nosotros, aquí morirán ellos», «No les deis nada, arrebatádselo todo».
Y, si de modo desafiante nos dijeran «Esto es Esparta» ―o sea, la revolución roja―, la mejor respuesta sería decirles: «Sí: pero esto es España». Y nosotros sí volveremos con nuestro escudo y nuestra bandera.