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Rajoy quiere partir la Transición por el centro

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Por Federico Jiménez Losantos

La Transición fue posible porque los franquistas pactaron con los comunistas la cancelación definitiva de la Guerra Civil. Pero si el pacto del Rey y Suárez con Carrillo y el PCE del interior (Tamames, Camacho, Sánchez Montero) hizo posible el cambio de régimen, el asentamiento de la democracia se produjo por la creación de dos partidos de centro: UCD y el PSOE, que se situaban, respectivamente, a la izquierda y a la derecha de AP y el PCE. En la Transición había también cuatro grandes partidos, pero la hegemonía, en la Derecha y en la Izquierda, estaba en los dos de centro, UCD y PSOE, que formaban con AP y PCE dos bloques constitucionales claros. Y pese a la continua y trágica política de cesión a los separatistas, la alternancia de derecha e izquierda, tangentes por el centro, dio estabilidad y continuidad al sistema. Casi cuarenta años ya. Algo impensable en 1976.

La organización del centro desde la Derecha

UCD, creada desde el Gobierno, tenía una organización tan azul mahón (uniforme falangista) como AP: gente como Martín Villa o Rosón eran, simplemente, más jóvenes que los «siete magníficos» de AP, cuyo jefe de filas, Manuel Fraga, era más reformista que todos ellos, pero había elegido presentarse a las elecciones junto a los ministros más brillantes del franquismo del milagro económico: Fernández de la Mora, Silva Muñoz, López Rodó o Fernando Suárez. UCD, en cambio, incorporó a la estructura territorial del Movimiento personalidades y minipartidos antifranquistas: monárquicos juanistas (Calvo Sotelo), liberales (Garrigues), democristianos (Álvarez de Miranda, Alzaga) y socialdemócratas (Fernández Ordóñez).

Aparentemente, y así se cuenta todavía hoy, la pugna en la Derecha se dirimió entre nostálgicos del franquismo (AP) y reformistas (UCD), pero nada más falso. La guerra dialéctica entre el llamado «bunker», cuyas dos organizaciones fundamentales eran los Ex-combatientes de Girón (aunque se quitaban el «ex», eran muy mayores) y Fuerza Nueva, de Blas Piñar. Y el gran debate sobre la continuidad o reforma del franquismo tuvo lugar en las Cortes sobre la Ley de Reforma Política de Adolfo Suárez, que defendió, frente a Blas Piñar, el único orador capaz de batirlo: Fernando Suárez. Fue quizás el más brillante de los debates parlamentarios desde la Guerra Civil. Y sobre la mayoría numérica, asegurada desde el Gobierno, quedó clara la superioridad política de los reformistas. Ahí empezó a construirse el futuro Centro: desde las dos Derechas que temían o defendían el cambio político.

La división posterior entre AP y UCD obedeció a cálculos electorales y apuestas personales, no a grandes diferencias ideológicas. Y ganó UCD. Pero Fraga participó en nombre de AP en la redacción de la Constitución, y cuando se votó en las Cortes, una parte de los escasos diputados votaron en contra, sobre todo por el Titulo VIII, pero el bloque de derecha democrática y constitucional quedó ya claramente delineado. Tras el segundo triunfo de UCD en las elecciones generales de 1979, se produjo una crisis en torno al liderazgo de Suárez, alentada por el PSOE, la Zarzuela, AP y dos sectores de UCD: el conservador (Herrero de Miñón) y el democristiano (Alzaga).

La dispersión de una derecha centrista

El Golpe del 23F de 1981 fue producto de esa debilidad de Suárez, cercado por enemigos dentro y fuera de UCD. Y el líder de la Derecha que hizo la Reforma, la Constitución y ganó dos elecciones generales dimitió «para que la democracia no fuera un paréntesis en la historia de España». Dejó UCD, guardando en su alma entre falangista y opusina un odio más que justificado a los poderes fácticos de la Derecha, del Rey a la CEOE, olvidando que esa Derecha lo había hecho a él de la nada. Y UCD estalló. Suárez inventó el CDS. Herrero, en la Operación «Tormentas Azules», se llevó a los conservadores a AP, y Alzaga a los democristianos; Fernández Ordóñez ideó el PAD para integrarse en el PSOE; y Suárez creó el CDS.

Pero el Centro de UCD no se perdió en AP sino que se vació en un nuevo molde que, al cambiar el liderazgo de Fraga por el de Aznar, pudo volver a ganar las elecciones. Porque ya no se trataba de encontrar una equidistancia entre el franquismo y el antifranquismo, que era el PCE, sino de encontrar una alternativa nacional y liberal-conservadora que pudiera competir con la socialdemócrata, en la que el PSOE tenía la hegemonía.

Muchos de los valores de AP se modernizaron en UCD y en el PP. Pero si la UCD no hubiera existido y la alternativa de la Derecha después de Franco hubiera sido la de la AP de los «Siete magníficos», es difícil que una de las dos patas del sistema hubiera podido sostener al menos, la mitad del edificio constitucional, cuyo valor nos parece hoy mayor que nunca, sin duda porque vemos que es fácil que se venga abajo en los próximos meses.

La organización del centro desde la Izquierda

Si la creación de una derecha democrática tras la muerte de Franco fue difícil porque la mayor parte de los políticos derechistas organizados estaban en el Movimiento, tampoco era fácil la creación de una Izquierda democrática, ya que la única organización existente frente al franquismo era el PCE, llamado «El partido» no sólo por vicio totalitario sino porque realmente era el único organizado frente a la Dictadura. El PCE de dentro de España era una fuerza democratizadora, precisamente porque en él se habían juntado o protegido muy diversas sensibilidades políticas. Es verdad que la democracia se entendía como un período, ilimitado en el tiempo, que permitiría que la sociedad evolucionara pacíficamente hacia el socialismo, pero desde la condena de la invasión de Checoslovaquia en 1968 y el Manifiesto-Programa , con el Pacto por la Libertad que incluía los sectores reformistas del franquismo, la aceptación de la democracia estaba clara.

No eran tan sinceramente democráticos los dirigentes del PCE en el exterior, que nunca entendieron el gran potencial del partido en 1975-77 y que aceptaron el «eurocomunismo» como una forma de subsistencia de la izquierda en la Europa democrática después de varias crisis: la fallida Primavera de Praga, el golpe que acabó con el régimen social-comunista de Allende, la crisis italiana ante la posible llegada al poder del PCI, con el asesinato de Aldo Moro por las Brigadas Rojas y el intento golpista de Almirante que pusieron en jaque el sistema democrático italiano y, sobre todo, la radicalización de la Revolución de los Claveles en Portugal hacia un régimen de tipo soviético con el PCE ferozmente estalinista de Cunhal, el Gobierno de Vasco Gonçalves y cabecillas militares como el «Almirante rojo» Rosa Coutinho o Saraiva de Carvalho hicieron temer a Occidente que el fin de la dictadura de Franco se pareciera al de la de Salazar en Portugal.

El PSOE, un invento con éxito

Entonces fue cuando se puso en marcha la creación de un partido de izquierda socialdemócrata que impidiera una hegemonía comunista como la del PCI en Italia. En realidad, la forja de un nuevo PSOE era prioritaria para los servicios secretos de Franco. San Martín, jefe de inteligencia del aparato de Carrero llamado SECED, luego CESID y ahora CNI, cuenta en sus memorias cómo protegieron a «Isidoro» (Felipe González) en su viaje a Suresnes para defenestrar a los viejos masones de la cúpula del PSOE. En Franco primaba sobre todo la preocupación por la masonería, para evitar que pudiera dividir el Ejército como sucedía antes de la Guerra Civil. En los USA y la OTAN, que vieron cómo la URSS se hizo rápidamente con las colonias portuguesas en Africa (sobre todo Angola y Mozambique) la preocupación era evitar que los comunistas llegaran al Poder en España y que un Sahara en manos del POLISARIO y Argelia fuera feudo soviético.

Esa convulsa situación internacional explica la Marcha Verde, la entrega del Sahara a Marruecos (aliado de los EEUU) y, dentro de España, la financiación del PSOE a través de los sindicatos alemanes y la AFL-CIO (con fondos de la CIA) y la organización desde la CEOE (que actualizó la parte empresarial del Sindicato Vertical) de una UGT capaz de competir con Comisiones Obreras. En esa apuesta por el PSOE y la UGT fueron cayendo rivales del PSOE como el PSP de Tierno y la FDPS, que tenían peligrosas querencias por Libia e Irak, y la USO, el sindicato rival, aunque no comunista, de UGT.

El dinero americano para el PSOE, vía Alemania –hasta los carteles se hacían allí- no hubiera sido tan eficaz sin un líder como González y un estratega como Guerra, pero, sobre todo, sin coincidir con el deseo de la gran mayoría de los votantes de una izquierda por estrenar en las urnas pero que quería un partido socialista que no pusiera en peligro la prosperidad aún reciente -y por ello más valorada- de la segunda etapa del franquismo. No querían franquismo, pero tampoco antifranquismo, es decir, PCE, así que votaron PSOE, un partido que la gran mayoría no había votado jamás.

La creación de ese centro-izquierda con las siglas del PSOE, más apoyado en las urnas que en los medios de comunicación, que, al margen del golpista El Alcázar, eran devotos del franquismo (La Vanguardia), liberales pro-UCD (Grupo 16) y entre UCD y PSOE (El País), todos con redacciones mayoritariamente pro-comunistas, no radicalizó al PCE sino todo lo contrario. Tras aceptar, con su legalización, la Bandera y la Corona, firmó los pactos de La Moncloa, participó (Solé Tura) en la Constitución y pidió el voto en el referéndum de 1978. El único grupo fuera del consenso constitucional fue la ETA y, con su abstención, el PNV. Tal era la fuerza del Centro, o de los dos centros inventados en la Transición.

Mariano Rajoy vuelve a Fernández de la Mora, Iglesias a la ETA y el PCPE

Si Mariano Rajoy se sale con la suya, vamos a elecciones en verano y de ellas salen hechos pedazos el PSOE y Ciudadanos, volveremos al cainismo de la izquierda minoritaria (ETA, FRAP, el PCPE de Ignacio Gallego) que en 1976 soñaba con la Guerra Civil, porque eso significaría la hegemonía de Podemos sobre el PSOE. Y volveremos también a una Derecha lela, atrincherada en los atavismos conservadores de la vieja Alianza Popular, el primer partido de Rajoy, cuando lo cautivaba el más brillante y menos demócrata de los «Siete Magníficos», Fernández de la Mora, autor del libro que incensaba en El Faro de Vigo: La envidia igualitaria; un «magnífico» que votó no a la Constitución. Si Rajoy e Iglesias se salen con la suya y logran polarizar el voto entre una derecha sin horizonte y una izquierda chequista, que ha archivado la socialdemocracia para idolatrar a la ETA y servir al separatismo antiespañol, podrá decirse de verdad que la Transición y el Régimen Constitucional de 1978 han muerto. Nunca politicastros tan limitados habrán logrado desastre tan monumental.

Información ofrecida por Federico Jiménez Losantos en LD

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