Por Josele Sánchez
Hace días, un grupo de violentos ultraizquierdistas, intentaba reventar en Cádiz la presentación del libro sobre José Antonio Primo de Rivera, El hombre que todos convirtieron en mito, del que es autor el cineasta Pepe de las Heras: botellazos, lanzamiento de piedras, destrozo de mobiliario urbano y agresiones al más puro estilo de la repugnante kale borroka que tanto ha sufrido, y todavía padece, la sociedad vasca. Al final, ocho detenidos que, a su llegada al juzgado, contaban con el entusiasta recibimiento de un nutrido grupo de compañeros de fechorías que impedía, mediante la violencia, la labor informativa de los periodistas congregados para cubrir la noticia, hasta el punto que la Asociación de la Prensa de Cádiz y el propio Colegio de Periodistas de Andalucía, han condenado los hechos.
Hasta aquí todo más o menos normal, si por normalidad aceptamos que la presentación de un libro, sea cual fuere su protagonista o su mensaje ideológico, sufra la violencia de quienes no comparten su contenido. Es más, todo esto no hace sino aumentar la promoción y, en consecuencia las ventas, de la novela, de lo cual me alegro muchísimo por mi amigo Pepe de las Heras porque, a diferencia de la mayoría de los compañeros de oficio, no soy de los que pretenden números clausus en la literatura; pienso que hay Olimpo para todos y me congratulo de los éxitos de mis colegas, sobre todo, si se trata de escritores valientes y políticamente incorrectos, como es el caso del autor de la novela sobre el fundador de la Falange de la que les estoy contando. Y algo de violencia contra el discrepante sé: hace un par de años publiqué Con la piel de cordero, una novela sobre Santiago Carrillo que fue ampliamente boicoteada y que, cuantos más ataques e insultos recibía, más aumentaba las ventas, hasta llegar a situarse como el libro más vendido en la plataforma Amazon.
Les decía que hasta aquí normal porque en España, tristemente, ya se ha convertido en algo habitual el ataque, incluso violento, a toda forma de discrepancia política o literaria del discurso único al que nos obliga una democracia absolutamente prostituida.
Lo que ya se sale de toda normalidad es la justificación de los hechos por parte del alcalde de Cádiz.
Así las cosas, el excelentísimo señor don José María González, primer edil gaditano, conocido en los ambientes perroflauteros como Kichi, declaraba que “la verdadera agresión supone la presentación de este libro, que es lo que da alas a la violencia”; y por si no quedara suficientemente clara su justificación del violento ataque recibido por quienes tan sólo asistían a la presentación de un libro, el señor alcalde añadía: “es que no se puede ser demócrata sin ser antifascista”
Yo no sé si es posible, o no, ser demócrata sin ser antifascista pero, ¿se puede ser más imbécil, o ser más miserable que la máxima autoridad gaditana?
Amparar, proteger, mirar hacia otro lado, justificar o no condenar un ataque violento, es algo de lo que la sociedad vasca sabe bastante. Y también de soportar la violencia callejera de grupos perfectamente organizados. Lo que ocurrió en Cádiz no fue un hecho casual. La presentación de un libro sobre José Antonio movilizó a grupos radicales gaditanos que, al grito de “¡Eta mátalos”, dieron cuenta de sus bastardas habilidades en el manejo de tácticas de guerrilla urbana que no se improvisan en un instante. Esta caterva de hijos de mala madre, que sólo actúa en grupo porque ni siquiera posee las agallas necesarias para la pelea de hombre contra hombre, está siendo pupilada –cuando no subvencionada- por la primera autoridad municipal que considera, a tan execrables individuos, como sus “colegas”.
Qué lástima que esto esté ocurriendo en este país y qué grima que, a mayor abundamiento, suceda siempre que emerge la figura de José Antonio Primo de Rivera, de quien Miguel de Unamuno dijo que era “la mente más privilegiada de la Europa contemporánea”, un hombre que fue fusilado a los treinta y tres años entre la saña de un lado y la antipatía del otro.
Quiero mostrar, pues, toda mi solidaridad con el autor Pepe de Las Heras y con su interesante novela (que aprovecho para recomendar) El hombre que todos convirtieron en mito. Quiero mostrar mi absoluto desprecio a quienes actúan con violencia desde la impunidad. Quiero denunciar la falta de decencia de la autoridad municipal que los ampara, que los patrocina y que los alienta. Y quiero reivindicar la memoria y el buen nombre de José Antonio Primo de Rivera, un pensador que sufrió la tergiversación y la manipulación durante los cuarenta años de la dictadura y que ahora, en esto que llaman democracia, padece de la incomprensión, la censura y la violencia.
Artículo de Josele Sánchez publicado en el diario La Tribuna del País Vasco