Por Fernando Sánchez Dragó
No es magro consuelo del columnista, que tan a menudo se equivoca, el de acertar a veces en sus diagnósticos o en sus pronósticos. Quien esto firma es uno de los pocos que hoy puede alardear de ello en lo concerniente a Trump. Aposté por él, lo elogié y anuncié, no sin la cautela a la que me constreñía la aborregada unanimidad del griterío desencadenado en su contra, que quizá ganase. Así fue.
En la madrugada del 9 de noviembre exhalé un suspiro de alivio, me reí de la cara de estupor de quienes comentaban en la tele las cifras del escrutinio acoquinados en el burladero de la corrección política y me froté las manos ante el vendaval que se avecinaba.
A los defensores de la bruja Hillary, que tanto había hecho para que su rival la derrotase -si yo fuese Trump le enviaría un pavo relleno de cuchufletas el Día de Acción de Gracias-, sólo les quedaba el paño de lágrimas de dar por supuesto que el nuevo presidente era un bravucón incapaz de mantener el tipo.
Pura pataleta, como la de todos esos semovientes que no saben perder y largan sapos y culebrinas de patética protesta en las calles del país y en los dorados recintos de los virtuosos de la ceja. Tan ojipláticos deben de andar ahora, apenas una semana después de la toma de posesión, como los sparrings de los boxeadores fulleros.
Resulta que el supuesto payaso de pelo de zanahoria es un hombre de palabra decidido a no decir nunca diego donde dijo digo
Resulta que el supuesto payaso de pelo de zanahoria es un hombre de palabra decidido a no decir nunca diego donde dijo digo. ¡Por fin, tras las dos legislaturas huecas del siniestro Obama, un político que mantiene todas y cada una de sus promesas electorales -de amenazas las tildan con su habitual cinismo quienes presumen de ser más demócratas que nadie, pero no acatan el veredicto de las urnas- y que lo hace, además, a la velocidad de Fittipaldi!
Dije hace un par de semanas en esta misma columna que el 8 de noviembre terminó la Edad Contemporánea y comenzó otra a la que aún no hemos puesto nombre. Al tiempo, borreguitos, y prepárense para lo peor, según ustedes, que posiblemente parecerá lo mejor a quienes al hilo de este año -franceses, holandeses, austríacos, alemanes, italianos y, en definitiva, europeos todos- correrán el albur de las elecciones.
Formidable va a ser el mecanismo de repercusión y de tracción originado por el ejemplo del Brexit y la victoria de Trump. De cuanto éste ha dicho me quedo con la frase de que una nación sin fronteras no es una nación. ¿Algo que objetar? Bye, bye, Europa. Que te vaya bonito.
Artículo de Fernando Sánchez Dragó publicado en el diario El Mundo