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Recuerdos de la España victoriana (sic Transición gloria España)

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Franco
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Por Laureano Benítez Grande-Caballero para elmunicipio.es 

40 años de democracia: ¡qué maravilla! 40 años de travesía por el paraíso de las libertades, desde que Moisés Suárez recibiera celestialmente las tablas de la Constitución en el Sinaí de la Carrera de San Jerónimo.

Yo nací en el 52 o sea, que pertenezco a la generación que padeció la travesía del desierto en lo que dicen que fue una cruel dictadura, la dictadura de la España de la Victoria, o «España Victoriana». Vi la luz en Triana, en una cuna impregnada por inefables azahares, incensada entre Cachorros y Esperanzas, que por aquel entonces procesionaban majestuosamente, pues todavía no existían las cofradías del Santísimo Coño Insumiso, pues la dictadura no permitía esos actos democráticos de procesionar vaginas gigantescas mientras se blasfema contra la Virgen María. Y es que, ya se sabe, a los dictadores les encanta coartar nuestras libertades.

En aquellos tiempos se tenía padre y madre, pues aún no estaban de moda los términos tan igualitarios y democráticos de «guardadores» y «progenitores». Mi madre fue una mujer embarazada, pues la dictadura no permitía la libertad de expresión suficiente para que se pudiera llamar «persona preñada». Así que tuve una familia «tradicional», según se dice hoy, pero en aquellos tiempos era la única familia que existía, pues el dictador no nos dejaba tener otra.

Cuando nací, todo el mundo decía que era un niño, sin la democrática @ con la que el igualitarismo de hoy sustituye a la machista «o». Y como, repito, no había libertad de expresión, nadie me llamaba «criatura». Y es que aquella dictadura era terriblemente machista, oiga.

Éramos cinco hermanos, como tantas otras familias tradicionales, pues aquella dictadura no estaba muy por la labor de la anticoncepción. Si sería fascista, que el aborto ―ese derecho tan democrático de las mujeres― estaba prohibido. A pesar de ser una familia numerosa, mi padre ―empleado de banca― nos mantuvo bastante bien, sin agobios, y eso que mi madre era una simple ama de casa, porque en aquellos tiempos tan dictatorialmente machistas no era muy frecuente que la mujer trabajara. Aún así, pudimos comprar una casa en el centro de Madrid, algo impensable en estos tiempos tan democráticos, en los que, trabajando los dos guardadores, y teniendo solamente dos criaturas, los sueldos dan para muy poca cosa.

Y, como aquellos tiempos fascistas eran muy represores, las escuelas no eran mixtas, por lo cual la primera mujer que tuve al lado en un aula fue ya en la Universidad. Eso no era democrático desde luego, como lo es el hecho de que algunas Comunidades Autónomas hayan denunciado a las escuelas que no son mixtas, por considerarlas discriminatorias. Y es que no hay nada más democrático que imponer tu ideología a la gente, oiga, bajo pena de sanciones. Las demandas en este sentido no han prosperado, pero todo se andará.

Siguiendo con el tema de la represión franquista, tampoco nos daban en los centros de enseñanza ni preservativos ni pomadas anales y vaginales, productos democráticos con los que se democratiza el sexo. Y es que aquellos fueron tiempos monjiles, gazmoños y pazguatos. A pesar de todo, confieso que nunca tuve problemas de relación con las mujeres, y jamás necesité ir a la consulta de un psicólogo para superar ningún trauma.

Donde se veía a las claras el fascismo dictatorial era en la disciplina militar que había en las aulas, ya que cualquier susurro era motivo de parte disciplinario. Además, nos levantábamos cuando entraba el profesor, nunca le tuteábamos y nos esforzábamos en el estudio, pues teníamos espíritu de trabajo y sacrificio.

Mención aparte es que la dictadura obligara a todos los centros a tener crucifijos en las aulas, y a rezar padresnuestros antes de empezar las clases. Hoy, sin embargo, tenemos instalaciones más democráticas, ya que, con que un solo padre proteste porque haya un crucifijo en un aula, éste se elimina de inmediato. Ya se sabe, pues en esto consiste la democracia: en que una sola persona puede más que muchas. De todos modos, pocos crucifijos nos quedan ya.

Luego está el asunto de la policía política que controlaba nuestras vidas, como en toda dictadura que se precie. Y no como sucede hoy, en nuestra magnífica democracia, donde las calles, los medios de comunicación, los hemiciclos y las redes sociales están en manos de una jauría violenta y chillona, agresiva e intolerante, que amenaza, insulta, provoca, incluso golpea a quienes no comparten su ideología antisistema. No llevan uniforme todavía, pero bajo sus ropajes perrofláuticos se adivina una democrática guayabera.

Por supuesto, en aquella dictadura franquista no había libertad de expresión, faltaría más. Hoy, por el contrario, cualquiera puede decir y hacer lo que le venga en gana, excepto aquellos que criticamos el pensamiento política y sexualmente correcto, que tenemos que mordernos la lengua ante la censura de la ideología de género, la islamofobia, la francofobia, la cristianofobia, y otras lindezas democráticas de ese estilo. Y es que no hay nada más democrático que cambiar nuestra lengua milenaria, en la que ya no se puede decir que alguien es sucio «como un cerdo», sin que se te eche encima la tribu animalista, que protesta incluso por el hecho fascista de querer ordeñar a las pobres vacas.

También se podían decir piropos a las «gachís» sin que te acusaran de machista, y no estaban mal vistos los monigotes con sombrero de los semáforos. El fascismo también se aplicaba a la simbología de los baños, pues se obligaba a señalizar los baños femeninos con un muñequito con falda, no como ahora, donde esto se considera como un machismo intolerable.

Asimismo se puede considerar dictadura el hecho de que los parlamentarios fueran arreglados y con corbata al hemiciclo, mientras que es mucho más democrático ir con rastas, con coletas, amamantar tus criaturas, propinar besos homoeróticos y levantar democráticamente el democrático puño en alto.

Ya que estamos con esto, también era facha cantar el «Cara al sol» con el brazo en alto, mientras se prohibía cantar las internacionales, y el puño en alto. Hoy en día, en estos tiempos tan esplendorosamente libres, en un régimen que ampara todos y cada uno de nuestros derechos ciudadanos, no se puede cantar el «Cara al sol». Sin embargo, está bien visto exhibir el puño en alto mientras se canta «la internacional» puño en alto, símbolos de la maravillosa democracia comunista, experta en gulags, campos de exterminio, chekas, pogroms y holocaustos.

Y es que la causa de todo radica en que la Guerra Civil fue una contienda entre fascistas totalitarios y republicanos demócratas de toda la vida, de esos que querían convertir España en una dictadura proletaria al estilo soviético. Por eso, incluso pensadores que no pertenecen a la izquierda despotrican contra Franco, acusándole de dictador, de represor de las libertades, sin caer en la cuenta de que, si no llega a ser por su dictadura española, habríamos caído en manos del democrático totalitarismo marxista, en una dictadura soviética.

¿Hasta cuándo seguiremos engañados? Las diferencias entre la España de la dictadura y la España de la Transición democrática ―a raíz de lo expuesto― son claras y abrumadoras. Sin embargo, esto no es todo, pues la democracia española nos ha traído otros logros maravillosos que, al no existir prácticamente ninguno de ellos bajo el régimen de Franco, nos permiten hacernos una idea de las magníficas conquistas que nos trajo la Transición: drogas, botellones, banalización del sexo, silbatinas al himno español, ultrajes a la bandera, secesionismo impune, hordas antisistema, blasfemias que no se penalizan, paro, sueldos de miseria, aborto libre, ideología de género, feísmo avasallador, persecución del catolicismo, inmigración descontrolada, multiculturalismo diluyente de nuestra identidad nacional, políticos corruptos, NOM y más NOM, redes sociales donde los filoterroristas campan a sus anchas, Turriones y Monteros, Pedritos y Albertitos, kabalgays de walkirios, carmenadas, telebasura a espuertas, fracaso escolar, ninis a tutiplén, divorcios incontenibles, estulticia a granel, lobotomizaciones imperiales, inseguridad ciudadana…

Sí, 40 años de deslumbrante democracia. Sin embargo, no considero ninguna crueldad del destino que yo no hubiera podido disfrutarla en mi juventud, cuando, sin darme cuenta, dicen que vivía bajo una horrible dictadura. Y es que es muy posible que, en el fondo, por amar a mi Patria, por amar la ley y el orden, por profesar una fe sincera, tenga el alma irremisiblemente Victoriana.

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