Por Pedro Conde Soladana para elmunicipio.es
Se dice que el dinero no tiene corazón. Bien está el dicho como metáfora; pero quien realmente no lo tiene es el que poseyéndolo, o no, convierte aquél en ídolo sin par, en cuya ara sacrifica todo; hasta su propia dignidad.
En esta sociedad que empieza a dejar de ser de la abundancia, sobre todo para los que han vivido en ella, se ve, como en la arena después de una gran pleamar, miles de altares sacrificiales a ese becerro de oro convertido en dios único de la codicia humana.
Cuando las sociedades llegan a estos estadios de sobreabundancia es tal el culto a la irracionalidad de instintos como la ambición, la acumulación de riqueza, la soberbia, la ostentación, etc., que sentimientos como la dignidad, el honor, la solidaridad, la compasión…son desterrados de la conciencia por testigos insufribles e incómodos, acusadores de vicios y delitos propios.
El escaparate y lista de actos nefandos que la ciudadanía está viendo y sufriendo hoy en esta nación es tal en cantidad y extensión entre todos los estamentos que el escalofrío de una inminente y gran convulsión recorre el cuerpo social de la misma.
Sirva sólo de ejemplo entre los muchos la criminosa conducta de quienes han venido a destruir la secular obra y sus objetivos humanitarios para los que se concibieron: las Cajas de Ahorro y Monte de Piedad. El nombre dice todo de la sana intención para la que se crearon. En esta hora, son, por el contrario, el triste y maldito ejemplo de como la codicia y su servidora la rapiña han sido capaces de arrasar, como por una avalancha de cieno, los más grandes valores que adornan y honran al ser humano: aquella solidaridad, la justicia, el amor al prójimo…
Solamente, de los que conozco, contaré dos casos a los que no puedo menos de calificar como canallada y un tercero en el que los hechos pueden interpretarse por cada cual como se quiera; pero que a mí no me cabe duda de que explica los muchos tejemanejes internos de unos rudimentos y montajes contables para tapar los agujeros por donde se han escapado millones de euros camino de las buchacas de altos cargos, y sus adláteres, en esas entidades.
Una hija deficiente, su madre anciana con Alzheimer, un hermano de ésta, hombre del campo, setenta y tantos años, enfermo de muchos años y muerto recientemente, han sido cazados como inocentes palomas por la trampa de las preferentes. Otra familia, de cinco miembros, también gentes del campo; los padres nonagenarios, dos hijos deficientes y uno sólo sano, el sostén físico de la familia; también ha sido cazada por el mismo procedimiento, con la misma trampa y con los mismos lastimosos resultados.
El tercer caso, como roza la picaresca liada con el esperpento, lo contaré en este punto y aparte. Lo sé casi directamente; sólo hay un interlocutor por medio, mi informante. Una señora va a pedir a la Caja un préstamo para hacer reformas en su casa rural. Lo hace con temor y la duda de no recibirlo dada la presente y gigantesca crisis. Cuál no sería su sorpresa cuando le dice el empleado o director: “Cómo no se lo vamos a conceder, si aquí tiene ese dinero a plazo”. “¿Qué plazo ni qué dinero, si yo no tengo nada de eso?”, responde. “A ver, enséñemelo”, le replica ojiplática. “Mire, dice el bancario, aquí tiene firmado por un importe de 50.000 euros una cantidad a plazo con fulano de tal y tal”. “¡Oiga! ¡Oiga!, que sí, que yo conozco a ese señor, es el alcalde de mi pueblo, pero ni somos parientes ni tengo firmado nada con él”. La mujer, temiéndose, encima, las consecuencias de un lío sin culpa y sin beberlo ni catarlo, llamó al titular e imputado socio de la operación de ahorro y a su mujer para aclararles lo ocurrido. El matrimonio, a este matrimonio, también lo habían cazado con la trampa, para pajaritos, de las preferentes. No sé ya si tienen muelas, pero me consta que están que las echan. Todos.
Pedro Conde Soladana