Por Manuel Parra Celaya
No creo ser nada original si afirmo que una parte de la izquierda española, de sus políticos y de quienes se inclinan por esas derivas, vive una especie de situación esquizoide entre su preferencia ideológica y el concepto de patriotismo; sin ir más lejos, el otro día sentí envidia de nuestros vecinos cuando todos sus representantes parlamentarios, sin excepción que yo sepa, rompieron a cantar La Marsellesa en lugar de respetar los canónicos, fríos y protocolarios minutos de silencio. Me parece impensable que, en nuestra esperpéntica España, nuestros diputados se pusieran de acuerdo en entonar un himno común, que equivaldría a asumir una historia, una cultura y una tradición íntegras, a la vez que demostraría una conciencia de sentirse embarcados en un mismo proyecto histórico, cada uno con sus matices y formas de pensar.
Si esta situación esquizoide es común a toda España, no dudo en diagnosticar de francamente esquizofrénica la existencia de la izquierda catalana, pero por distinto motivo: como el asno de Buridán (con perdón por la posible connotación del personaje), no sabe a qué pesebre aproximarse, si al de la Arcadia nacionalista que le ofrecen los señores Mas y Junqueras o al de la aplicación de sus ya soterradas inquietudes sociales para mejorar en algo las carencias sangrantes de los parados, de los jóvenes sin perspectivas, de los pacientes médicos sometidos a las largas listas de espera y a los recortes sanitarios y a los farmacéuticos sin cobrar un chavo, porque, claro está, son más urgentes las “embajadas” y las persistentes convocatorias electorales de que estamos disfrutando en Cataluña.
Creo que la terapia psiquiátrica va a ser algo dura para todos, y viene representada por la irrupción de “Podemos” en el mapa político, aunque, como todo lo relacionado con la mente humana, los resultados son inciertos; tan inciertos como la ambigüedad meditada en que se sumen los dirigentes de esa formación cuando se les pregunta por su posición ante el problema separatista.
Pero no es solo la izquierda oficial la que a verse sometida a esa terapia de choque que representan los señores Iglesias y Monedero, sino esa parte de la sociedad catalana (incluidos, no se olvide, inmigrantes subsaharianos, islámicos y procedentes vergonzantes de otras regiones españolas) que suele acudir a las “Diadas”, ora formando cadenas humanas, ora dibujando uves, y que formó en las filas de votantes del 9N (ante la impavidez del Sr. Rajoy, tampoco lo olvidemos); esos figurantes van a tener que inclinarse ante una de las dos utopías: o la mencionada Arcadia independiente o la de la nueva república soviética, formulación que puede deducirse de los decires de “Podemos”.
Porque la realidad es que –como he explicado en más de una ocasión- el relativo auge del separatismo catalán cuenta, entre sus razones, con dos causas de peso: por una parte, el alcance de la crisis económica, que ha golpeado de forma inmisericorde a amplios sectores de la población; basta que se les deslumbre con la búsqueda de culpables (“España nos roba”) o que se les deslumbre con maravillas dignas de Lewis Carroll (“Independencia es igual a trabajo para todos,…a enseñanza de calidad,…a sanidad sin recortes…”) para que triunfe el dictado de la demagogia y de la desesperación; por otra parte, al vaciado de valores, entre ellos el de un patriotismo español abierto, generoso e integrador (sustituido por el sucedáneo del “patriotismo constitucional”), que ha llevado a los ámbitos juveniles procedentes de la E.S.O. a dejarse ganar por el atractivo del nacionalismo romántico catalanista. Ahora, a este le ha salido un duro competidor, procedente de los desvanes trotskistas de Alianza Anticapitalista y de otros cuasi desconocidos valedores. ¿Quién tendrá más capacidad de atracción?
Uno tiene la convicción de que no son incompatibles en absoluto, primero, la españolidad común y el afecto al terruño; segundo, que esta conciliación de afectos e ideas –en el fondo, la historia es un quehacer de amor- se desarrolle junto a un sentido crítico y constructivo por y para una sociedad más justa y más libre; es más, estoy convencido que ambos extremos son inseparables.
Lástima que ni la estrechez de miras del nacionalismo ni el mensaje demagógico e irreal de “Podemos” lleven por estos caminos.
Artículo de Manuel Parra Celaya publicado en Diario Ya.