Por Alberto Gugel para elmunicipio.es
El pasado 24 de mayo los españoles, votamos, o no, nuevamente.
Las viejas recetas de la derecha, de la izquierda, del independentismo, con un invitado de centro, se confrontaron.
Hoy podemos decir, después de conocer el resultado, que el caramelo de la transición se ha convertido en un alimento indigerible y que nos queda una digestión pesadísima.
Ese conglomerado de partidos, de derechas y de izquierdas que firmaron la transición, que prometían la reconciliación entre los españoles, parece que no se creían nada de lo que decían y suscribieron.
Todo este tiempo, hemos asistido con estupor a que el Órgano que se creó para salvaguardar la Constitución, ha sido manejado por los propios partidos, para defender sus posturas ideológicas, convirtiéndola a ésta en una especie de masa de plastilina fácilmente manipulable, cuyo resultado siempre ha favorecido a los fuertes y poderosos en detrimento de los pobres y más débiles; con la complicidad de los partidos de izquierda, de centro y de derecha. Al final, la plasmación real de la libertad, lo que expresa el ejercicio libre para un individuo o para una nación, Nuestra Soberanía, ha sido dañada gravemente por los que se han mantenido en el poder todo este tiempo, en ese entramado administrativo creado como oficina de empleo: Ayuntamientos, Autonomías y Administración Central al servicio de financiaciones ilegales y corrupción de partidos políticos y sindicatos.
Si nos acercáramos a las diversas acepciones de soberanía, descubriríamos que en su evolución histórica, su significado ha ido cambiando conforme al sistema político imperante. De una soberanía en poder del Rey se ha pasado a una soberanía en poder de la Nación o del pueblo, como señalaba la Constitución de Estados Unidos de Norteamérica.
Nuestra Constitución, en su artículo 1.2, también lo hace: “La soberanía reside en el pueblo español del que emanan los poderes del Estado…”
¿En la práctica, ha sucedido así? Parece que no. Este sistema bipartidista con algunos invitados, se ha encaramado en los poderes del Estado para hacer una política que le ha sido dictada desde instancias externas a Nuestra Soberanía. Candidatos a Presidente de Gobierno, en compañía de personas coronadas, han asistido, por cierto, con un gran secretismo, a reuniones en un Club donde se decidían políticas que hemos sufrido todos los españoles. ¿Dónde estaba Nuestra Soberanía? ¿Dónde se encuentra hoy? ¿Realmente, los partidos llamados emergentes tienen políticas propias, nacidas de una reflexión nacional o simplemente son peones en un tablero mundialista como los anteriores? De los partidos clásicos no hay duda. Veamos alguno de sus frutos:
En cuanto a la defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte, nos han impuesto una Ley en la que el aborto se considera un derecho fundamental en la práctica.
En cuanto al matrimonio y la familia, se ha primado una relación minoritaria, la homosexual, como modelo de convivencia; penalizando las familias numerosas.
Curiosamente, los miembros de ese Club al que me refería antes, trabajan ardorosamente por la reducción de la población en el resto del mundo.
El Trabajo, con la complicidad de los sindicatos, se ha convertido en otra mercancía. Lo importante son las leyes de mercado. Son capaces de reformar la constitución exclusivamente para favorecer el sistema capitalista que sufrimos. No somos soberanos, porque nuestro trabajo depende de políticas económicas planificadas en una Institución Europea que agrupa a muchas naciones, pero que lidera una, de forma nada democrática.
A cambio de unos dineros, que muchas veces han servido para incrementar la corrupción social, esta nación europea, con el concurso de otras, nos ha impuesto destruir nuestro tejido industrial y nuestra agricultura.
En cuanto a la todo poderosa Banca, los partidos políticos y sindicatos clásicos se han encargado de colaborar con ella, a cambio de donaciones encubiertas en préstamos sin interés nunca cobrados. Han dinamitado desde dentro las entidades de crédito más sociales, las Cajas de Ahorro, para que se dé la paradoja, que una economía mediana, como la nuestra, cobije una de las bancas más poderosas del mundo al servicio de intereses espurios.
Ninguno de esos partidos políticos ha trabajado por la Unidad de España, al contrario, todos han favorecido políticas disgregadoras, aceptando de buena gana el chantaje de los partidos separatistas.
Para nuestro escarnio, seguimos siendo la única nación europea que sufre una colonia en su territorio. Tampoco en eso somos soberanos.
¿Realmente los peligros para nuestra defensa nacional están en los Urales? Me parece que más bien en el Magreb por razones obvias.
Podría continuar relatando todos los males contra Nuestra Soberanía que nos ha propiciado este entramado de partidos políticos, pero sería redundar y mirar a un pasado que debe morir.
¿Ante esta situación, los llamados partidos emergentes van a cambiar algo nuestra realidad? Leyendo sus viejos y caducos programas políticos, nos podemos temer lo peor.
SÓLO lo podrían hacer, hombres y mujeres que crean que España es una Gran Nación, capaz de ser SOBERANA del plan esclavizador que tiene preparado para nosotros el Nuevo Orden Mundial.
Todavía podemos luchar por Nuestra Soberanía, cada uno desde nuestro puesto. Juventud Española, es el momento de agruparos para realizar ese atractivo y bello proyecto. Adelante.
Alberto Gugel