Inicio Opinión Invitada La degeneracion de la Democracia: Baile de máscaras

La degeneracion de la Democracia: Baile de máscaras

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Por José Cabanas

Tras los resultados de las últimas elecciones municipales y autonómicas se ha desarrollado una política de pactos que había sido negada por los propios partidos, antes y durante la campaña electoral. El votante medio tiene todo tipo de sensaciones encontradas: desde los que no entienden nada (la mayoría) hasta los que se felicitan o se lamentan por sus ganancias o perdidas en el reparto de cromos. Lo achacan a que la española es una democracia de mayorías y de alianzas. Manda la aritmética, dicen. Si entre cinco formaciones suman un escaño autonómico o un concejal más que una sola formación vencedora, puede lamentarse mucho el partido ganador en las urnas, pero la aritmética lo manda a la oposición.

Se acusan unos a otros. Proponen cambios en la Ley Electoral, pero todos dicen una cosa y la contraria, según convenga a su situación concreta ante cada resultado en las urnas. Es un espectáculo de bochorno para las personas que aún piensan que la libertad política ha de tener, necesariamente, una proyección en la formula democrática establecida. El resultado es que los que no son demócratas y no dan valor a la libertad política encuentran aquí sus mejores argumentos (o excusas) para ofrecernos su mercancía averiada: los totalitarismos. Ahora, a las personas se les llama “gente”; y al conjunto de la gente, Patria. Asunto resuelto para los leninistas amables, que -simplificando al límite- se nos han hecho patriotas. En este alarde de prestidigitación los más totalitarios se han sacado el carnet de demócratas y los enemigos naturales de la unidad de España pueden presentarse como patriotas de extrema izquierda. Y la “gente” con la boca abierta.

Las personas con derechos y deberes ciudadanos, que valoran la libertad política y reclaman el orden democrático que la consagre, se sienten impotentes ante el alubión de medias verdades y de mentiras completas con las que se les impide el ejercicio de los derechos fundamentales. Es la perversión de la democracia: la partitocracia. Esta no supone cada hombre un voto; ni que la suma de los votos sea la voluntad popular que da y quita los gobiernos. Aquí la verdad política se ha sustituido por lo políticamente correcto, que es lo que en cada momento y según conveniencia de las partes se termina imponiendo. Todo equilibrio es inestable, y tanto más inestable cuanto más se haya pervertido la libertad política de las personas y el orden democrático que la garantiza.

En partitocracia no hablamos de hombres libres que buscan la convivencia armoniosa con la comunidad a la que pertenecen. No, porque la perversión del sistemas consiste, precisamente, en hacer de cada hombre libre -y de su suma- eso que llaman “gente”. Ya no somos individuos únicos e irrepetibles, base y fundamento de la sociedad de hombres libres: somos “gente” y nada más. La gente es el material sin alma con el que se construyen los totalitarismos. Hubo otras propuestas “totalitarias”, en el sentido justamente contrario: incorporar a la totalidad del pueblo a las tareas de su propio gobierno y de un destino histórico común. Esas otras propuestas tenían al hombre (individuo social) como centro y fundamento del sistema: un sistema de hombres libres en una sociedad libre y democrática.

Un Partido único, un Estado totalitario y la “gente”. Lo explicaba el pasado fin de semana en un diario madrileño el Catedrático y miembro de la Real Academia de la Historia don Luis Suárez: “A menudo cometemos el error (…..) de interpretar ese fenómeno político que fue definido por Lenin. Totalitarismo quería decir sometimiento del Estado y de la sociedad al Poder del Partido que es depositario absoluto de toda autoridad. Al principio se trataba de un Partido único y así lo entendieron la URSS, Alemania, Italia y más tarde el maoísmo y las otras secuelas que aún permanecen”.

La perversión del actual sistema democrático se pone de manifiesto en las relaciones económicas, sociales y políticas. No existen la justicia social ni la libertad política; tampoco, entonces, la democracia. Casi todo en este sistema es virtual, fingido; y las medias verdades y las mentiras completas nos deparan la corrección política establecida. Por eso no existen la armonía ni los acuerdos justos. Vivimos en una inestabilidad calculada para que las elites de los partidos políticos se lo repartan y administren de espaldas a la población. Cada cuatro años votamos; y durante cuatro años miramos y no participamos en el juego de las élites de los partidos.

Pero, para retomar el inicio de este escrito, debemos señalar que, tras las últimas elecciones y ante el final de año decisivo para España y su futuro, estamos viviendo una realidad tremenda que mantiene a la sociedad en vilo ¿A dónde vamos? ¿Qué va a pasar con la economía y con el paro? ¿Qué va a ser de la unidad de España? ¿Retornan los muertos redivivos del totalitarismo leninista? ¿Y los nacionalismos secesionistas tendrán su día en un futuro a corto o medio plazo? ¿Volverá el PSOE a hablar en sus mil idiomas para confundir a todos y seguir en la pomada? ¿Y los de Rajoy seguirán jugando al engaño y al escondite con el genocidio abortista?

Hoy se ha puesto de manifiesto que cualquiera de los partidos puede decir una cosa y hacer la contraria. Pero todos: los hasta ayer hegemónicos y los hoy emergentes. Porque uno (yo mismo) se dice: no puedo votar a los que se dejan llamar tontos y subnormales para intercambiar cromos con el diablo (de mentiroso a mentiroso); ni puedo votar a los que -pudiendo derogarla- han mantenido la Ley del Aborto, que sería como votar a los que hubiesen mantenido la ley de punto final en la Alemania nazi, pudiendo suprimirla. Y es más, ningún votante será ya dueño de su voto, tampoco en las Elecciones Generales. Por ejemplo: uno del PP o del PSOE desencantado con su partido decide votar a Podemos o a Ciudadanos; pero su voto entra en el bombo de lo incierto y de lo secreto, en manos de las elites de los partidos, y allí, en ese amasijo de bolas y de números, rueda que rueda, su voto puede ir a parar al peor de sus adversarios políticos.

Es la novedad tras las elecciones municipales y autonómicas: voto Ciudadanos, y éstos, por la propiedad transitiva, me hacen votar PSOE en Andalucía, PP en Madrid, o de nuevo PSOE en la Diputación de Toledo: Y encima se las dan de justicieros e inmaculados. Se ponen exquisitos y reparten parabienes y descalificaciones desde el púlpito del 5% al 9 % en el resultado electoral.

De los podemitas, otro día.

Artículo de José Cabanas publicado en el portal Hispaniainfo.

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