Por Javier Morillas
La humillación a que puede verse sometido el PSOE es notable. No sabemos si sirviendo de “pasarela”, “escudo” o simplemente de alfombra, allanando caminos a terceros. Y que puede acabar dando la puntilla a un partido centenario, como ya ocurrió con el PSI o el PSOK.
Lo importante en economía, solemos decir, es la tendencia. Y lo mismo podríamos decir en el terreno electoral. Porque, no sé si ustedes se habrán dado cuenta, pero parece que al partido del Gobierno no le ha soplado el viento a favor en las últimas citas con las urnas. Algo similar a lo que tradicionalmente se señalaba como el voto adelantado de las ciudades frente a los supuestos «burgos podridos» azañistas del medio rural. El mismo voto de las ciudades que también en 1995 adelantó el triunfo electoral de Aznar en las siguientes generales de 1996.
Y es que ahora importan menos temas tan poco románticos como que la inversión en bienes de equipo se ha incrementado el trimestre antepasado en España más de un 9 por ciento. O que en 2014 hayamos pulverizado todos los anteriores récords anuales de exportación con más de 240.000 millones de euros. Señal evidente de las ganancias de competitividad de la economía española y en los mercados internacionales, siempre antesala de la creación de empleo y el posterior aumento del consumo y bienestar de las familias. Pero hay que decir al Gobierno que las victorias que no permiten gobernar no son realmente victorias. Al contrario que el PSOE; que perdiendo más, puede ganar en influencia y poder institucional. Suele pasar con los partidos devenidos en bisagras. El problema es que eso genera alegrías a corto plazo, para a largo correr el riesgo de acabar siendo irrelevantes.
Es lo que tiene la política a diferencia de la economía. «Una materia fácil en la que pocos destacan», escribía Keynes. «Una paradoja que quizá puede explicarse por el hecho de que el gran economista debe poseer una rara combinación de dotes. Tiene que llegar a mucho en diversas direcciones, y debe combinar facultades naturales que no siempre se encuentran reunidas en un mismo individuo. Debe ser matemático, historiador, estadista y filósofo (en cierto grado). Debe comprender los símbolos y hablar con palabras corrientes. Debe contemplar lo particular en términos de lo general, y tocar lo abstracto y lo concreto con el mismo vuelo del pensamiento. Debe estudiar el presente a la luz del pasado y con vista al futuro. Ninguna parte de la naturaleza del hombre o de sus instituciones debe quedar por completo al margen de su consideración. Debe ser simultáneamente desinteresado y utilitario; tan fuera de la realidad y tan incorruptible como un artista, y, sin embargo, en algunas ocasiones, tan cerca de la tierra como el político».
Y el político sabe que sin recuperación económica, los Gobiernos pierden elecciones seguro. Pero con recuperación y sin explicación política de las distintas fases por las que se puede atravesar durante su mandato tampoco. En Estados Unidos se dice que el primer objetivo de un presidente tras ganar las primeras elecciones es ganar las segundas. Y que tras ganar ese second term, el objetivo es ganar la Historia; pues ya no tiene que volver a las urnas y por tanto puede dedicarse a aplicar las medidas que juzgue necesarias –por dolorosas que sean– para dejar el país en la mejor disposición de ganar el juicio histórico posterior.
En nuestro caso parece que Rajoy eligió desde el primer momento pasar a la historia como el presidente que sacó al país de la mayor crisis económica desde la Gran Depresión; la cual, no olvidemos, terminó con un régimen constitucional en España y en una guerra civil; y en el conjunto de Europa, con decenas de millones muertos, mayor ruina económica, la pérdida del liderazgo internacional y la mayor conflagración mundial que vieron los siglos, guerra civil europea incluida.
En todo caso, para un Gobierno, el silencio nunca es rentable. Especialmente cuando otros elaboran discursos -lógicamente- con su propia versión y análisis opuestos a los suyos. Incluso con relatos de país del peor pesimismo noventayochista, corrosivo y autodestructivo.
Con la paradoja de que el principal partido de la oposición no ha sido capaz de capitalizar el descontento generado por algunas de las medidas gubernamentales, como hubiera sido lógico. Y lo que tenemos son dos partidos que se van, IU y UPyD, sustituidos por dos que llegan, C’s y los antes llamados «populistas»; cuyas listas contribuyen a rellenar okupas, «escracheros» o asaltacapillas reconocidos, junto a demás animosos grupos antisistema. Que en países como Alemania, Holanda, Irlanda, Austria, o Francia, orillan mediante gobiernos de amplio espectro, segundas vueltas o abriendo paso al más votado.
En este sentido, la humillación a que puede verse sometido el PSOE es notable. No sabemos si sirviendo de «pasarela», «escudo» o simplemente de alfombra, allanando caminos a terceros. Y que puede acabar dando la puntilla a un partido centenario, como ya ocurrió con el PSI o el PSOK. En todo caso pensamos que el actual proceso tiene dos fases. Una hasta las generales, y otra distinta tras éstas. Y no estamos seguros de que haya tiempo para nuevos candidatos a la Presidencia del Gobierno en la primera fase, máxime cuando todavía está por medio otro posible adelanto electoral en Cataluña. Aunque las Generales se celebren como creemos el 6 o 13 de diciembre tras los muy previsibles buenos datos de empleo que tendremos en dicho mes. Ni que ayude un cambio de caballo en el tramo final de la carrera con un ticket presidencial que ganó su first term con 11 millones de votos. No suele ocurrir en las sociedades avanzadas.
Otra cosa son los imprescindibles cambios que deben acometerse en el Ejecutivo y el partido del Gobierno, así como la profunda transformación en sus comportamientos. Aprovéchense estos escasos meses para introducir nuevos controles y mejoras legislativas que permitan ir regenerando nuestro sistema administrativo y reduciendo a futuro organismos y gastos improductivos. Ahora, que parece será menos posible la corrupción y creación de redes clientelares por la mayor sensibilidad social, y los mecanismos de transparencia y contravigilancia que cada partido ejercerá sobre los restantes. Con la ayuda de los medios de comunicación y la masa crítica de nuestra pujante sociedad civil, que tiene desbordadas las formas y las maneras de la a sí misma llamada «clase política» actual.
Artículo de Javier Morillas publicado en el diario ABC.