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El mito de Ortega y su influencia en Iberoamérica

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Alberto Buela
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Por Alberto Buela

Este mito tiene su partida de nacimiento con la llegada de José Gaos a México en 1939, al final de la guerra civil española. Discípulo de Ortega en España, convence, a su vez, a sus discípulos mejicanos (Zea et alii) de dicha influencia. Viene luego Julián Marías y su medio siglo de innumerables viajes y conferencias por toda Hispanoamérica en donde peroró sobre Ortega por doquier, promocionando sus libros e ideas. Entrados los años setenta es el historiador de las ideas españolas, José Luis  Abellán quien toma la posta en la difusión del mito. Finalmente, en los años 90, el estudioso, también español, José Luis Gómez Martínez en su libro Pensamiento de la liberación: proyección de Ortega en Iberoamérica (1995) termina afirmando la influencia directa de Ortega y Gasset en la filosofía de la liberación latinoamericana, que nace como teología de la liberación a partir de Medellín en 1968.

Como vemos, es un relato que da para todo y todos los gustos, pero los hechos han sido diferentes. Vayamos a ellos.

Ortega llegó, con treinta y tres años, por primera vez a América en julio de 1916 y lo hizo a Buenos Aires y viajó por el interior del país. Se quedó seis meses dando conferencias y seminarios y fue muy bien recibido por los hombres ya formados filosóficamente como Korn, Alberini, Rougés, Franceschi, Terán, Quesada, Gálvez, Rojas, etc. Hombres pertenecientes a la generación del Centenario que ya venían publicando sus críticas al positivismo de la generación de 1880. Ortega les vino al pelo, pero no por su “circunstancialismo”(yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo) sino por ese espiritualismo larvado que trasunta todo su pensamiento y por su autoridad en tanto pensador europeo.

En realidad el que llega a ejercer proyección, tanto por su impronta personal como por su bergsonismo, caro a la generación del Centenario, es Eugenio D´Ors, quien hoy, para el pensamiento políticamente correcto es una mala palabra. D´Ors llegó dos años después y  bajo su influencia se creó el Colegio Novecentista (comandado por José Gabriel, junto a Ibarguren, Rojas, Benjamín Taborga, Luis María Torres, Adolfo Korn Villafañe, Tomás Casares, Ventura Pessolano, Jorge Max Rodhe) que apoyó el movimiento de la Reforma Universitaria del 18, que terminó diluyéndose en él.

Ortega regresa dos veces más, en agosto del 28 cuando difundió la filosofía alemana de Husserl, Rickert, Dilthey, Driech y Scheler. Esta vez su auditorio ya son los miembros jóvenes de la generación del 25,  muchos de los cuales (de Anquín, Astrada, Juan Luis Guerrero, Saúl Taborda) están regresando con sus doctorados desde Alemania y  comienzan a mostrar su disconformismo con sus planteos. Es que en este segundo viaje aparecen los grandes macaneos de Ortega con afirmaciones como las siguientes: Buenos Aires es la ciudad de la esperanza, eso se ve en lo verde de sus árboles o  La Argentina es promesa porque la infinitud de su pampa, promete o (por los argentinos) somos una existencia que no existió.

Finalmente, en su tercera estadía que va de mediados del 39 hasta febrero del 42, Ortega fue marginado de la tarea universitaria y se dedicó a ofrecer trabajos de traducción y publicaciones a través de proyectos editoriales. Incluso recibe críticas de personajes y profesores impensados, que antaño lo cobijaron. Pero en tanto “divulgador de la filosofía” consolida una alianza con su compatriota, el sevillano Francisco Romero, el capitán filósofo, Alejandro Korn dixit, para la edición de libros y promoción de jóvenes valores. Claro está, estos jóvenes valores serán valorados por el criterio de la “normalidad filosófica” establecido por Romero, criterio que le sirvió luego, en el golpe de Estado de 1955 que derrocó a Perón, para establecer quien debía quedar en la Universidad y quien no. Y así, fueron dejados cesantes, entre otros, filósofos o maestros de filosofía significativos como: Carlos Astrada, Nimio de Anquín, Juan Luis Guerrero, Diego Pró, Eugenio Pucciarelli, Miguel Ángel Virasoro, etc. Fue este último quien pudo escribir en 1957: “Demostré acabadamente que el capitán Romero no era un filósofo creador, sino un mero repetidor y divulgador de ideas ajenas” [1]. Y eso mismo fue su maestro Ortega y Gasset para Iberoamérica, y si tuvo una influencia esta se limitó a lo que hoy llamamos “la gestión cultural”, dando a conocer los frutos de otros.

También por esos años, en 1956, de Anquín escribe un artículo muy crítico titulado ¿Es un filósofo Ortega y Gasset?.

Relatadas sucintamente las estadías de Ortega en nuestro país podemos sacar como conclusión que su principal tarea fue la divulgación de la filosofía europea, especialmente alemana, pero que, si bien tuvo discípulos y seguidores en nuestro medio, estos carecieron de enjundia filosófica, potencia analítica y erudición crítica; tres elementos indispensables en un verdadero filósofo.

(*) arkegueta, aprendiz constante

[1] Carta de Virasoro en el periódico “Propósitos” del 12 de marzo de 1957

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