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Arnaldo Otegui: el mono del circo

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Por Josele Sánchez

Afirmaba Arnaldo Otegui, con esa chulería a la que nos tiene acostumbrado: “no va a haber tribunal, ni Estado, ni Guardia Civil, ni Ejército español, que vayan a impedir que sea el candidato de EH Bildu a Lendakari”. Su gozo en un pozo; habrá de conformarse con ser el mono del circo que los amigos de los asesinos pasearán por pueblos y ciudades de las Vascongadas en esta campaña electoral.

Otegui sólo será el bufón, el animador de aquéllos dispuestos a jalear cualquier despropósito que salga de su boca, a aplaudir sus demagógicas consignas sobre la opresión española y sobre los derechos humanos. ¡Manda huevos cada vez que escucho al portavoz de los terroristas hablar de derechos humanos!

Otegui no es un político porque, políticamente, tan solo es una rata de alcantarilla y como hacen las ratas muerde en cuanto te descuidas o cuando se siente acompañado. No es más que un chulo de barrio, un mascachapas de discoteca presto a la bronca pandillera, a liarse a guantazos o a sacar la navaja, siempre que sea al amparo de muchos de sus amigachos.

El problema no queda resuelto con la imposibilidad de que este perdonavidas encabece ninguna lista electoral porque sus correligionarios, igual de jactanciosos, estarán presentes en el Parlamento vasco. Otegui no resiste el cara a cara con un hombre: ni el cara a cara físico, ni mucho menos, el intelectual. Su catecismo asesino, extraña mezcla entre el marxismo leninismo y las enseñanzas obscenas de Sabino Arana, no entiende de debates ideológicos. En su mundo sólo mandan sus cojones (y eso ahora porque, hasta hace cuatro días, sólo mandaban las 9 milímetros parabellum de sus amigos).

Ni siquiera su estancia en prisión ha sido la estancia en prisión de un hombre. Sé, de buena tinta, que en la cárcel de Logroño había más de un interno dispuesto a explicarle algunas cuantas cosas. Pero resultó imposible porque, hasta entre los muros del talego, el ínclito Otegui estaba protegido, vigilado para que nadie pudiera tener con él un cara a cara, como lo tienen los hombres, condenados o no, pero hombres de verdad. La escuela de Otegui es la misma que la de sus perversos cuates. El tiro en la nuca, la bomba adosada bajo el coche o activada a distancia, siempre guardando las espaldas, siempre huyendo como cobardes… De poco o nada servirá, pues, la ausencia de este facineroso en las listas electorales de los suyos.

El Estado liberal, que por cuestionarse admite incluso la cuestión sobre sí mismo, hace posible que los múridos se pavoneen en las instituciones mientras sus víctimas yacen en los cementerios. Y la sociedad vasca deberá seguir avergonzada por tener, entre los suyos, la peor calaña de representantes.

Artículo de Josele Sánchez en La Tribuna del País Vasco

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