Por Josele Sánchez
Desgraciadamente, para ser cargo público en España no se exige tener educación. Y cuando hablo de educación, no me refiero a una formación académica brillante (que tampoco es requisito obligatorio para esto del servicio público) sino a ese proceso de sociabilización de los individuos, de buenas maneras y de trato adecuado que, al menos a mí, desde bien pequeño, me enseñaron mis padres. Lo mismo que no estaría bien que la primera edil de una ciudad eructara en medio de de un almuerzo oficial, o que se hurgara los dientes con un palillo, tampoco es de buena urbanidad no contestar los mensajes de felicitación, ni ignorar reiteradamente las llamadas de teléfono, ya procedan de un periodista o de cualesquiera de los doscientos veinte mil ciudadanos de Cartagena.
Todo lo dicho viene a cuento de que el pasado veintitrés de junio, este periodista que suscribe, envió un guasap de felicitación a la alcaldesa por su nombramiento como máxima autoridad de la ciudad de Cartagena y que, en reiteradas llamadas telefónicas a la alcaldía preguntando por su jefe de gabinete, Juan Luis Martínez Madrid (al que en párrafos sucesivos también le dedicaré alguna pulla) nadie se ha dignado en contestar.
Entenderán ustedes que el hecho de felicitar a la alcaldesa no pretende ningún favor de la excelentísima señora Castejón (que no es excelentísima porque ella haya hecho ningún mérito en su vida para merecer tan alto honor, sino porque excelentísimo es el ayuntamiento que preside) y que tan sólo es el fruto de una buena educación que, por fortuna, yo sí recibí de mis progenitores. Esa manera de conducirme por la vida, ese saber estar y poner en práctica las más elementales normas de cortesía, no las tengo personalmente hacia Ana Belén Castejón, cuya vida personal (más allá de su faceta pública de representación de todos los cartageneros) me importa un bledo.
Entenderán, también, que mi deseo de contactar con ella no viene dado porque sienta ninguna admiración personal por su brillante historial académico, ni porque no pueda reprimir un deseo incontenible de impregnarme de su dilatada experiencia en el mundo de la empresa, ni porque necesite tomarla como icono al que emular tras sus memorables gestas heroicas en su dilatada carrera política.
El único motivo de mis llamadas es porque soy periodista y porque como periodista, que a partir del uno de septiembre dirigiré La Tribuna de Cartagena, pretendía (y pretendo) entrevistarla. Ni imaginan ustedes, a lo largo de treinta años de ejercicio profesional, la de personas que he tenido que entrevistar en función del cargo que ostentaban y que, más allá de esa condición (que además, gracias a Dios, pierden con el tiempo) me resultaron absolutamente faltos de interés, cuando no despreciables e incluso, en bastantes casos, repugnantes. Pero esa es mi profesión, hacer saber a los ciudadanos qué piensan hacer los políticos durante su mandato, cuáles van a ser sus prioridades, qué cambios deberá percibir cada hijo de vecina gracias a su gestión…
Y, en muchas ocasiones, el político no quiere ser entrevistado (derecho que defiendo con absoluta convicción) pero, siempre que eso ocurre, te dan una explicación, algo así como lo que, en términos taurinos, se denominaría “una larga cambiada”.
Por eso, no deja de sorprenderme la mala educación y el pésimo talante de la recién estrenada alcaldesa de Cartagena, incapaz de contestar a una felicitación a través de guasap con un simple “gracias”. Y aún más, la absoluta incompetencia de un jefe de gabinete, el tal Juan Luis Martínez Madrid, en cuyo sueldo (que pagamos todos los vecinos de Cartagena) va incluido el hacer de cortafuegos, “un quite” (volviendo a esa terminología tan española y que tanto molesta a algunos animalistas) y quitar del medio, con la finura debida, a todo aquel interlocutor que no sea del agrado de la señora Castejón.
Me cuentan que la alcaldesa anda extremadamente preocupada por cómo tiene el patio en el ayuntamiento y que pretende ser totalmente discreta, como mínimo, hasta que termine (deseo que felizmente) su estado de gestación. Pero esto no es motivo para perder las formas ni para hacer gala, de manera inadmisible, de la grosería institucional. Porque Ana Belén Castejón, en su ámbito privado, puede ser todo lo maleducada que ella quiera: puede cruzarse con un vecino en el ascensor de su comunidad y no dirigirle la palabra, no ceder el asiento en el autobús a las personas mayores o solicitar a gritos lo que desea consumir en una cafetería. Pero la alcaldesa de Cartagena representa a una ciudad con más de tres mil años de historia y no le está permitido ser descortés, ni comportarse como una arrabalera, porque es la máxima representación de todos y cada uno de los cartageneros.
Y es que Ana Belén Castejón es demasiado joven para ser tan arrogante y demasiado bisoña para mostrarse tan sectaria, y se lo debería hacer ver; lo mismo que debería replantearse la idoneidad de su jefe de gabinete, probablemente muy experto en esto de comprar billetes de ida y vuelta al PSOE, pero no muy bien adiestrado en las artes del protocolo institucional y del cómo no buscarse más enemigos de los que la política ya te va trayendo por sí sola.
Porque la primera dama de Cartagena, que tiene todos los boletos (por su posicionamiento dentro del partido) para ni siquiera repetir en las próximas listas municipales, pasará a la historia y nosotros, los periodistas, seguiremos estando ahí.
Por mi parte, poco más que añadir: que con alcaldesa maleducada o sin ella, a partir del uno de septiembre La Tribuna de Cartagena estará en la calle para hacer lo único que sabemos: periodismo veraz, independiente, crítico con el poder e implacable con los corruptos. Seguro que el político que hoy disfrute con este artículo, mañana se llevará un considerable disgusto con el próximo; porque este es el periodismo de verdad, poner a cada uno en su sitio todos los días, reconocer la buena gestión cuando se produce y criticar el descontrol político cuando suceda. De esto no se va a librar ningún partido político en Cartagena, en la CARM ni en el resto de España. Pero intentaremos, cuanto menos, no perder nunca los buenos modales, la cortesía y la elegancia, jamás reñida, si quiera, con el periodismo más incisivo.
Artículo de Josele Sánchez publicado en La Tribuna del País Vasco
Invito a examinar la foto de esta alcaldesa, mirar bien la cara y decir para los adentros de cada uno que adjetivo, epíteto o calificativo, o calificativos, que cada uno le pondría. El mio o los míos me los guardo también para mis adentros porque ofendería con ellos a los que, por desgracia, la naturaleza no fue les fue propicia y les dejó unos grados por debajo de la normalidad.