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El ocaso de las viejas revoluciones

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EL OCASO DE LAS VIEJAS REVOLUCIONES.

Por Eduardo López Pascual para elmunicipio.es

No sería nada arriesgado el asegurar que con toda probabilidad el modelo de revolución, al estilo de siglos pasados ha llegado a su fin. Nadie, creo, en este mundo globalizado y sobre todo informatizado, procuraría imponer una revolución imitando los viejos y violentos modos de promover un cambio radical en las estructuras sociales y económicas en ningún territorio. No quedan ya partidos que lleven en sus adeenes, o simplemente en sus siglas, la palabra Revolución, como sinónimo de ruptura armada. Es cierto que en algún país americano subsiste una formación política amparada en esa denominación, como sucede con el viejo PRI mexicano, pero que al añadirle el vocablo “Institucional”, la verdad es que ha perdido casi toda su fuerza coactiva y coercitiva. Entre los Estados europeos esta denominación, “partidos revolucionario”, ni se contempla; tal vez imbuidos de ese concepto mundialmente aceptado- con alguna excepción, de sentido democrático de la gestión y gobernanza a escala universal. Además, claro, de que la sociedad actual no admitiría ya otro camino que no sea el compromiso democrático.

Me parece a mi, un falangista de la vieja generación, que a nosotros nos debe de sobrevenir en ese sentido, una reflexión sobre el lenguaje que utilizamos y concretamente, eclipsar y relegar algunas máximas semánticas que hoy en día, no tienen cabida en la interpretación actual de la política. Me refiero a ese final de oficio que durante mucho tiempo, e incluso ahora en numerosas apariciones, se utiliza el antiguo ritual verbal de “Por Dios, España y su Revolución Nacional Sindicalista”. Naturalmente, concretizo en la última alocución: Y su revolución Nacional sindicalista. Pienso, que las organizaciones falangistas, cualquiera, tendrían que suprimir lo que ya es una fraseología fuera de lugar y de época. Esa palabra nos retrotrae además, a días de luchas y enfrentamientos personales y de grupo, que ahora no se aceptan de ninguna manera.

Si Revolución significa esencialmente transformación radical de las cosas, de la estructuras sociales y económicas, lo que se requiere es, como diría el escritor y filósofo – en un principio cercano a la ideología falangista-, José Luis Aranguren, aunque no sea literalmente: “lo que se precisa es el permanente deseo de querer cambiarlas.” Es decir, una acción minuta a minuto, hora a hora, día a día, con la firme voluntad de realizarlo. Creo que presentarnos con la palabra Revolución, perdida ya su intrínseco sentido-, aparte de que esta prostituida, es rechazada por casi todos, y habría que ir hacia esa convicción de transformar en todos y en cada momento, aquellas deficiencias que la sociedad nos presenta: La injusticia, la marginación, la explotación humana. Por otra parte, y eso tiene su importancia en enfatizar, si nosotros que nos remitimos a la Revolución, no somos capaces de transformarnos nosotros mimos, poco valor tiene esa palabra.

Parece que hay suficientes argumentos para considerar que la palabra revolución no debe de formar actualmente, parte de nuestro mensaje oral. Es algo superado, casi desde el 68 mayo francés, o desde la caída del Muro comunista en los ochenta; el primero por su fracaso- todo volvió a su cauce normal-, y el segundo, porque fue un ejemplo de cualquier cosa menos revolucionario de modelo tradicional. Hoy prevalece otro tipo de movilizaciones tan efectivas como las otras, pero basadas en las redes sociales, en los Wasaps, en el mundo digital, en los móviles, la noticia viral, que reclaman a nosotros, falangistas, ponernos al día en nuestras reivindicaciones. Ahora, no es tiempo de frases rutinarias o de pura retórica, sino que como dictan, incluso los Golpes de Estados, en Cataluña. utilicemos las nuevas tecnologías que, quizás estén esperando que Falange, sin renunciar a nada, caminemos por las vías de la modernidad.

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