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EN EL NOMBRE DE ALÁ

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Por Pedro Conde Soladana para elmunicipio.es

La escena parece tan inverosímil que llegas a sospechar si no será un montaje de los  que con tanta perfección se logran hoy con las modernas tecnologías. Es un vídeo en el que aparece  una mujer vestida de los pies a la cabeza; lleva cubierta ésta, menos la cara; de una edad de cuarenta y tantos años, bajita, regordeta. La rodean hombres, se ve algún niño; de aquéllos, unos con armas, otros como espectadores, alguno vestido a la europea, pero casi todos con ropajes mahometanos. Al lado de la mujer, una especie de clérigo de esa religión que, con tono acusador, la increpa dirigiéndose a todos los presentes.  Se deduce que es por no llevar cubierta también la cara además de la cabeza. Mientras el mullah o lo que sea suelta su sermón, que es lo que semeja por sus manos recogidas a la altura del pecho, varios espectadores sacan fotografías de la infeliz mujer a la que los esbirros han ordenado ponerse en cuclillas. De entre los que van armados algunos llevan también su móvil con el que recogen la escena. Cuando el supuestamente religioso da fin a su prédica, otro individuo que está al lado, saca su pistola y le descerraja un tiro de arriba abajo en la cabeza. Y aquella pobre mujer que acababa de contemplar la escena de su detención con ojos incrédulos y asustados, y a la que se le ha oído implorar clemencia o dar una justificación, cae, ensangrentando la acera, abatida por el más irracional, cerril y repugnante fanatismo.

Tal escena te lleva de la paradoja, pasando por la conmiseración, a la rabia. En ella se dan el más ancestral fanatismo junto a lo más avanzado del saber y las técnicas modernas, que deberían haber barrido hace años de la mente humana tan abstrusas y cavernícolas ideas religiosas. Y, sin embargo, ahí queda para horroroso testimonio de la Humanidad el progreso científico del siglo XXI que deja constancia de que en esa mente humana conviven aún los más irreconciliables extremos: la imparable ciencia y las fosilizadas creencias.

Enseguida, el pensamiento me condujo a los momentos anteriores e inmediatos de la vida de esa mujer. Habría salido de casa, después de hacer sus labores domésticas, dejando a sus hijos y familia para los que iría a hacer la compra o, por qué no, a rezar a la mezquita; de repente, una  jarka de fanáticos y fanatizadores le quitan la vida porque lleva la faz, sólo la faz, descubierta como si su existencia vital tuviera que transcurrir hasta el día de su muerte detrás de un teloncillo facial sin poder dejar ver ante el mundo su papel de mujer.

De tal visión a la rabia, la mente propia se suelta y salta como un caballo desbocado para pedir justicia divina y humana contra esos individuos cuyos millones de neuronas cerebrales están ocupadas por una sola y exclusiva idea: su religión, única verdadera en el mundo,  al que hay que convertir a ella  todo el género humano aunque sea a sangre y fuego.

O la ciudadanía, las naciones, los estados, toman conciencia de este gravísimo y ascendente peligro o la Humanidad lo va a lamentar, como ya lo están lamentando en los lugares donde estos descerebrados han impuesto su ley.

La cobardía, disfrazada de tolerancia; ni el miedo, biológica reacción ante una amenaza grave; ni el amansamiento, ni la condescendencia, ni la afabilidad… salvarán a nadie de la radical decisión de un fundamentalista religioso de convertir al mundo entero a sus creencias. En sus lunáticos principios no entra sólo apostolizar a otro o a un grupo de individuos; su empeño es someter a su exclusiva y excluidora fe al globo terráqueo. Y tal extremado propósito está por ello en consonancia con los métodos para lograrlo, hasta el punto de utilizar el terror y los asesinatos más viles como medio.

Estamos, pues, ante una gravísima amenaza colectiva. Los bárbaros hechos llevados a cabo por estos visionarios y dogmáticos no dejan lugar a la duda. Las propias proclamas en el momento de ejecutar sus canallescos actos apelando a la grandeza de Alá definen la paranoica personalidad de tales individuos. Son cerebros vacuos de ideas; tienen una muy simple en la que no cabe un mínimo análisis de la razón porque ésta la ocupa enteramente aquélla sola idea, que está más allá de la naturaleza humana. Es una idea, divina para ellos, que trasciende a todas las que puede tener el hombre, a las que hay que eliminar. No son monoteístas, son monoideístas.

Y ¿qué decir de su humor? Pensé que no serían capaces de tener ni un adarme. Sin embargo, sí, parece que lo tienen de un tipo más que sarcástico, criminal y atrabiliario, como corresponde. Un periódico inglés, en entrevista hecha hace unos días a un kurdo, que ha estado luchando contra ellos, cuenta lo que éste supo por una madre cuyo hijo fue secuestrado por ese llamado Estado Islámico. Esa madre consiguió llegar a sus canallas dirigentes para intentar liberar a su hijo. La recibieron con comida: té, carne, arroz. Cuando les preguntó por el estado de su hijo le respondieron: “Te lo acabas de comer”.

            Pedro Conde Soladana

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