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Los Falangistas en los funerales de José Antonio

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Los Falangistas en los funerales de José Antonio

Sabido es que Franco quiso basar su régimen en tres elementos básicos y frecuentemente antagónicos: la Iglesia, la Falange y el Ejército. Pero, el resultado de la guerra mundial, con el consiguiente final de los fascismos europeos redujo definitivamente la influencia del segundo de ellos, que ya se venía sintiendo desde la unificación con los carlistas que Franco forzó durante la propia guerra civil. El radicalismo totalitario de la Falange que, como partido único, había sido suministradora de los iniciales símbolos externos del Movimiento Nacional, ya no era útil e incluso iría convirtiéndose en un lastre molesto con el paso de los años. Al final de la década de los cincuenta, cuando empezó a vislumbrarse tímidamente el desarrollismo, unos sectores católicos conservadores y tecnocráticos, más liberales y tolerantes que los primitivos franquistas, acabaron por limpiar de todo rasgo falangista el rostro que el régimen prefería mostrar. No sin encontrar entonces una firme respuesta por parte de sus sectores juveniles, como continuación a la que venían ya protagonizando grupos de excombatientes que no habían admitido su alejamiento del primer plano de la vida política de la nación. Diversos planes secretos – reales o imaginarios – de atentados falangistas contra Ramón Serrano Súñer o el propio general Franco, así como numerosas conspiraciones en contra de éste y, desde luego, los sucesos reales de la basílica de Begoña de agosto de 1942 con el inmediato fusilamiento del falangista acusado, así lo atestiguan. Pero eso requerirá otra narración aparte, ya que lo que pretendo relatar ahora son las públicas ofensas que sufrió el general en Madrid por parte de elementos falangistas, como palpables muestras de su actitud de disconformidad y rebeldía para con el mando.

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El monasterio de El Escorial ejercía para el general Franco un atractivo especial, quizás como un aspecto más de su íntima inclinación por el ocultismo y el esoterismo, que tan buen aliado había encontrado en ese imperial escenario de la España negra. A finales de noviembre de 1939, Franco ordenó fueran trasladados allí los restos mortales del dirigente y fundador falangista, José Antonio Primo de Rivera, siéndolo por un numeroso cortejo de ex combatientes del partido que hicieron andando el recorrido desde Alicante. Al pie del altar mayor de su monumental basílica permaneció dos décadas enterrado, siendo sus restos tratados con honores reales y unidos al glorioso pasado imperial español.

José Antonio, el hijo primogénito del primer dictador, general Primo de Rivera, y fundador y líder indiscutible del partido de línea fascista Falange Española, fue detenido en marzo de 1936 en su domicilio madrileño. Juzgado y condenado a muerte por conspiración y rebelión militar contra el gobierno de la República, fue ejecutada la sentencia por fusilamiento en la cárcel de Alicante el 20 de noviembre de 1936. Su imagen continuó siendo honrada por los sublevados, al mismo tiempo que silenciaron su muerte durante toda la guerra civil, recibiendo el apelativo de “El Ausente”. La dictadura franquista lo convirtió en icono y mártir al servicio de la propaganda del instaurado «Movimiento Nacional”, rotulando con su nombre importantes calles y avenidas de ciudades y pueblos de toda España, así como encabezando todas las listas de los caídos de dicho bando, y haciendo colocar la inscripción «José Antonio ¡Presente!» en todos los monumentos a ellos dedicados y en las fachadas de las iglesias españolas. El también líder fascista y “cuñadísimo” de Franco, Ramón Serrano Suñer, aseguraba que si se hubiese presentado vivo en el cuartel general de Salamanca, el único «Caudillo» hubiese sido él y nadie se habría atrevido a oponérsele, ni siquiera el propio Francisco Franco.

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No quiso éste perder la oportunidad de hacerse con la dirección política del huérfano, desorganizado y dividido falangismo, para lo que en plena guerra civil decretó la unificación entre la Falange y el Requeté carlista. La nueva formación política se llamaría “Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista”, evidentemente bajo su mando y con el firme rechazo de los líderes falangistas que se creían legítimos herederos del fundador, como Manuel Hedilla. Una vez terminada la guerra, Franco ordenó que las milicias falangistas estuvieran al mando de oficiales del Ejército, lo que supuso el rechazo de grupos de excombatientes que se organizaron de forma clandestina contra el régimen, como una denominada “Falange Auténtica”, que montó el general falangista Rodríguez Tarduchy. Al mismo tiempo, Franco magnifica el recuerdo del fundador, conmemorando su muerte todos los 20 de noviembre con una majestuosa ceremonia fúnebre en el solemne marco de la basílica del monasterio de El Escorial. ¿Quién se hubiera atrevido a predecirle al dictador cuando ideó aquella ceremonia en su adorado escenario, los hechos que directamente contra él tendrían lugar en esa impresionante liturgia años más tarde, de los que, evidentemente, los medios de comunicación del régimen no dieron noticia alguna? Los resumiré a continuación:

Antes de la llegada de Franco al monasterio, las centurias del Frente de Juventudes y de la Guardia de Franco, en bloques de diez o quince filas, llevaban ya dos horas formadas en el patio de los reyes. A pesar del frio serrano que debían aguantar, el ambiente se fue caldeando a base de las canciones que entonaban, como la de: “Que no queremos… ¡NO! / Reyes idiotas… ¡NO! / que no sepan gobernar. / Implantaremos… ¡SÍ!, / porque queremos… ¡SÍ! / el Estado Sindical. / ¡Abajo el Rey!”; o aquella otra dirigido directamente al general: “El día en que tú te mueras / y te vayas al infierno / no olvides de llevarte / a tu Consejo del Reino. / Francisco Franco, Francisco Franco, / ¿cuándo te vas a enterar?; / la Monarquía, la Monarquía… / no la podemos tragar”. Tales cánticos criticaban la ley de sucesión de 1947, que constituía a España como reino, siendo Franco el jefe del Estado que podría proponer a las Cortes la persona llamada a sucederle, a título de rey o regente.

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Nadie ajeno a aquellos grupos juveniles se atrevía a hacer callar, y ni siquiera decir o hacer nada, a las centurias corales paramilitares. Ni a los policías que vestían camisa azul, ni a nadie de paisano, se les ocurrió mezclarse entre los cantores, y menos aún reprenderles, ya que hubieran resultado inmediatamente ser ellos los recriminados por éstos en medio de generalizados abucheos. Tampoco en aquel frío y herreriano patio interior había ninguna jerarquía oficial, pues todos ellos esperaban fuera, en la Lonja, la llegada de Franco. Los invitados oficiales al funeral habían llegado con bastante antelación y ocupaban ya sus puestos dentro del templo.

Los habituales vítores y aclamaciones de “¡Franco, Franco, Franco!”, así como los consabidos y enfervorizados aplausos que los falangistas dedicaban al “Caudillo” a su llegada y durante la revista a las tropas militares y las centurias de falangistas, se redujeron sensiblemente, pues se les había trasmitido a éstos la consigna de mantener un estricto silencio. Y si éste no fue total se debió a que, tanto las fervorosas admiradoras con que Franco contaba en la Sección Femenina, como los componentes de las centurias llegadas de provincias, que aplaudían por desconocer la manifiesta frialdad acordada para la recepción, lo hacían sin salir de su asombro al ver la multitud de camaradas que permanecían mudos e inmóviles como estatuas. Desde luego, fue manifiesto el mínimo volumen de los habituales aplausos que marcaban su llegada, así como patente la seriedad del rostro de Franco, como perfecto receptor del mensaje que se le lanzaba, al ir pasando revista a las fuerzas militares y centurias juveniles, mientras el resto de las autoridades cruzaban entre sí alarmadas miradas que delataban su sorpresa e ignorancia acerca lo que estaba ocurriendo.

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De repente, e inmediatamente después del paso de Franco por delante de una de las unidades, de entre sus filas traseras salió un rotundo y potente grito pronunciado por un anónimo muchacho: “¡No queremos reyes idiotas!”, que llegó con perfecta nitidez a los oídos del general. Nadie se preocupó tampoco de que el joven fuese detenido ni separado de la formación, aunque se redujo más aún el ligero clamor del “¡Franco, Franco, Franco!”, incrementándose, sin embargo, el gélido ambiente hostil que imperó durante toda la ceremonia paramilitar.

Si bien nadie se atrevió a hacerle a Franco el menor comentario, tanto acerca del anónimo grito como de las canciones entonadas antes de su llegada, insistimos en que Franco captó perfectamente el mensaje que se le enviaba, así como el glacial clima que envolvió toda la ceremonia. Ello le movió a tomar una inmediata decisión: el cese fulminante de su fiel Delegado Nacional del Frente de Juventudes, José Antonio Elola Olaso, nombrando para sucederle en el cargo al gobernador civil de Palencia, Jesús López-Cancio, con el expreso encargo de desmantelar el joseantoniano Frente de Juventudes, para transformarlo en una menos politizada Organización Juvenil Española (OJE).

Durante ese año se produjo un importante cambio en los equilibrios internos de poder de la dictadura, ante el desafío falangista al orden nacional católico. La soterrada pugna entre unos y otros fue solventada por Franco apoyándose en un tercer sector, el de los tecnócratas del Opus Dei.

Al mismo tiempo, algunas unidades de la Guardia de Franco, que veían cada vez más restringidas sus ansias revolucionarias, habían creado grupos extraoficiales con antiguos militantes cenetistas, especialmente del Metro de Madrid, dada la afinidad ideológica y los presupuestos sindicalistas revolucionarios de ambas organizaciones. Incluso el propio ministro de Trabajo, José Antonio Girón de Velasco, había mantenido reuniones extraoficiales con trabajadores anarcosindicalistas de la cuenca minera asturiana.

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Así las cosas, la centuria de montañeros de la Guardia de Franco, compuesta aún por falangistas de élite, ex combatientes de la guerra civil y de la División Azul, fue una de las encargadas de rendir honores al “Caudillo” en el solemne funeral por José Antonio del 20 de noviembre. Según su costumbre, sus componentes se habían trasladado a pie desde Madrid hasta El Escorial, portando una gran corona de laurel que depositarían a los pies de la tumba del fundador. El lugar a los montañeros destinado en la parada militar fue frente al batallón del Ministerio del Ejercito que, con su bandera y banda de música, rendirían honores al “Caudillo” en la Lonja o explanada exterior del monasterio. Pero, al salir éste tras el funeral, e iniciar la revista de las tropas y unidades falangistas, el jefe de una de las centurias – Manuel Cepeda – ordenó al banderín de la misma dar media vuelta, y con él toda la unidad, dando la espalda a Franco, acto que imitarían otro par de unidades falangistas con sus respectivos mandos.

El espectáculo del desplante fue tremendo, pues no solo lo contempló el numeroso público congregado detrás del muro de la explanada, sino todos los invitados oficiales (altas jerarquías civiles, militares y eclesiásticas, así como el cuerpo diplomático, periodistas, fotógrafos, etc.), que permanecían ante la puerta del monasterio asistiendo a la parte final del acto, hasta que Franco hubiera subido a su automóvil. Esta insolente acción era sintomática del señalado y creciente descontento de los falangistas con el régimen franquista, por su desmemoria para implantar el Estado nacionalsindicalista y su aproximación a propagandistas nacional católicos y opusdeístas.

Al igual que dos años atrás, nadie condenó in situ la grave y audaz acción. Al parecer, y con la conformidad de Franco, todo quedó en la visita que miembros de la policía política del régimen hicieron aquella misma tarde al domicilio del jefe de la centuria, avisándole de que no solo tenían orden de seguirle permanentemente, sino que, además, a la próxima “tontería”, tenían preparada para él una orden judicial de destierro y confinamiento en Villa Cisneros.

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La rivalidad entre el oficialista “Movimiento Nacional” y los falangistas autodenominados auténticos, así como la mantenida entre ambos dos y los tecnócratas, había seguido creciendo cuando, a punto de inaugurarse el Valle de los Caídos, Franco ofreció a los hermanos de José Antonio, Pilar y Miguel, el traslado de los restos de aquél al nuevo y colosal monumento funerario. A primera hora de la mañana del 30 de marzo, y a pesar de la intención oficial de celebrar un sencillo acto restringido para la familia, ante el temor de que se organizase una multitudinaria manifestación de reafirmación falangista, numerosos miembros de la Vieja Guardia de Falange y de la de Franco acudieron llegados de toda España, a pesar de las dificultades de todo tipo que encontraron para ello desde las propias instancias oficiales. Por los más diversos canales consiguieron conectar y movilizar un importante número de falangistas, conocedores con agrado de la intención del traslado de la sepultura al nuevo monumento funerario de los caídos por la patria, abandonando el panteón exclusivo de la “peste borbónica”. A lo que no estaban dispuestos era a que el importante acto permaneciese silenciado, como se pretendía desde las altas instancias del régimen. El único representante de un medio de comunicación al que se le permitió asistir fue un redactor del diario oficial “Arriba”, a quien se le encargó distribuyera posteriormente la información al resto de los medios.

Tras la ceremonia religiosa, a la que asistieron diversos ministros y altas jerarquías de Movimiento, y a cuya llegada fue silbado y abucheado quien la presidía, el ministro de la Presidencia, Luis Carrero Blanco, de quien había partido la idea de ocultarles al acto, quedó roto el protocolo. Se llevó a cabo la inhumación de los restos, pero impidiendo por la fuerza los falangistas su traslado al furgón mortuorio, para ser llevado a hombros el féretro, cubierto con una bandera de Falange, por espontáneos y sucesivos relevos de escuadras desde la basílica de El Escorial hasta la del cercano Valle de los Caídos. Una vez allí, fueron depositados al pie del altar mayor de la cripta, bajo una enorme losa de granito con la inscripción «José Antonio». La máxima autoridad presente, el ministro Carrero Blanco, no se atrevió a entrar en la basílica con el resto de autoridades, permaneciendo en la zona monástica junto a la comunidad benedictina. Una vez finalizado el acto, los falangistas volvieron hacia Madrid, cuyas calles se vieron inundada durante el resto del día con la algarabía de sus gritos y cánticos, contrariamente a lo que el gobierno había pretendido evitar. La inauguración oficial tendría lugar veinte días más tarde: el 19 de abril de 1959. 

El día 20 de noviembre presidiría Franco por vez primera los funerales por el fundador de la Falange en el nuevo y monumental escenario. El año anterior, el de su inauguración, la ceremonia hubo de ser presidida por Carrero Blanco, ya que Franco padecía gripe, siendo el ministro quien tuvo que escuchar de nuevo a su entrada un potente grito surgido de entre la muchedumbre de camisas azules que llenaba la basílica: “¡Fuera Carrero!”, sin que nada se hiciese por buscar al autor. Un año después, era el general quien entraba bajo palio en el impresionante templo, caminando con toda la solemnidad de que era capaz por el pasillo central. Comenzada la liturgia, y llegado el momento más solemne de la misa funeral, el de la consagración, se apagaron todas las luces del templo, dejando únicamente un foco que, desde la cúpula, iluminaba el imponente crucifijo del altar mayor. El sepulcral silencio reinante fue roto por el joven falangista Román Alonso Urdiales, quien, desde uno de los bancos donde se sentaban los invitados oficiales, gritó a pleno pulmón: “¡Franco, eres un traidor!” En esta ocasión, el autor del grito, que no vestía uniforme, fue inmediatamente detenido y sacado del templo por dos policías de camisa azul. De haber estado en formación dentro de una centuria, no hubiera sido posible su detención.

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La Jefatura Provincial del Movimiento de Madrid ordenó romper cualquier ficha que hubiese de Urdiales en los ficheros de su distrito (Latina), haciendo correr la voz de que no pertenecía a ninguna unidad del Frente de Juventudes. Pero, sí pertenecía. Además de falangista, era un joven maestro, hijo de un guardia civil, que estaba cumpliendo el servicio militar, por lo que fue sometido a consejo de guerra, en el que se le condenó a 12 años de prisión en un batallón disciplinario del ejército en el Sahara, como autor de un delito de “injurias al Jefe del Estado y a un superior militar”, con el agravante de haberlas proferido en “un lugar sagrado” y en su presencia. Cuando fue interrogado por el propio director general de Seguridad, Carlos Arias Navarro, sobre el motivo de su grave desacato, Urdiales le respondió sin dudarlo: “Porque yo no vivo del régimen, como usted.”

Como afirma el destacado hispanista norteamericano Stanley George Payne, “La Falange nunca tuvo una verdadera oportunidad de ocupar el poder, y sobre todo después de haber perdido a su jefe en el momento en que le era más necesario al partido. Tratar de realizar una síntesis de la derecha y la izquierda sin apoyarse en ninguna de esas fuerzas era imposible quimera. Mientras combatía a la izquierda, la Falange fue absorbida poco a poco por la derecha y por el hábil maniobrero de Franco. Y de no haber sido porque le interesaba a Franco mantener su complicado tinglado, hecho de trampas y engaños, puede afirmarse que la Falange no hubiese conservado durante tanto tiempo su aparente autonomía”.

Información ofrecida por Eusebio Lucía Olmos en el diario Publicoscopia.

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2 COMENTARIOS

  1. La narración me parece objetiva y ajustada a los hechos; al margen de nuestros gustos e interpretaciones. Esto fue el pasado. Sin José Antonio y a su frente el general Franco, la Falange tomó el rumbo que este quiso y le impuso acorde con su ideario, que no era otro que el que marcaban las potencias ganadoras de la II Guerra Mundial: el liberal-capitalista. O ¿es que España podía vivir como una isla en la que imperara una ideología no experimentada nunca, el nacionalsindicalismo? Ahora más lejos aún de lo que pudo ser entonces, cuando lo nacional pierde consistencia y el sindicalismo se ha convertido en puro burocratismo de élites podridas. Veremos que nos depara el futuro; que esta por escribir. Hasta la realización de la utopía aún queda un rato. Globalización y nacionalsindicalismo no parecen hacer buenas migas hoy por hoy.

  2. Sin el acento, esta frase, «que está por escribir» y que yo he escrito antes, podría no interpretarse bien. Así que la escribo correctamente poniendo el acento donde faltaba: está del verbo estar.

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