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EL DESTINO DE LAS URNAS

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Por Pedro Conde Soladana para elmunicipio.es

El juicio sobre el destino de las urnas depende de su uso, decente o indecente, limpio o manipulado… Y esto pende también, para bien y para mal, de la conducta humana que en su imperfecta condición está afectada por esos opuestos o antónimos conceptos. Por ello, elevar a tales receptáculos de cristal a la categoría poco menos que de instrumentos sacros de la democracia es el mayor error, además del más descarado tributo al utilitarismo, por quienes se afanan en rentabilizar a su favor ese histórico y racional hallazgo conceptual y social que es la democracia, como palenque para la expresión de la libertad del individuo.

Mas, como siempre, y ésta es una constante en la lucha entre el bien el mal, es aquella imperfecta condición humana la que mediatiza los instrumentos, como son la democracia y sus urnas, hasta corromperlos a favor de particulares intereses. Cuando estos intereses se convierten en colectivos por elevación y asunción de un partido político, el más noble destino de ellas sería cualquiera menos el de mantenerlas como sostén de una farsa.

Estamos en la recta final de unas nuevas elecciones generales. Está tan a las claras el sucio juego de los intereses de partido de los partidos, con alguna reseñable excepción, que los otros intereses, los más legítimos de la nación, los verdaderos, profundos y necesarios, los que deberían ser innegociables, se truecan en manos de aquéllos y sus líderes, por cierto de una mediocridad que asusta, en baratijas de un mercadillo callejero.

Es tal la increencia, el escepticismo, encastrados como una coraza en nuestro pensamiento, ante tanta mentira y manejos en nombre de la democracia que en vez de la acción de depositar un voto en la urna nos sale del alma dolorida un grito de desprecio contra tanta hipocresía, tanto egoísmo, tanta mezquindad, tanta ignorancia y, a veces, tanto miedo inducido, como para sentir en su lugar el deseo de destruir tan inocentes e inculpables instrumentos, elevados engañosamente a la categoría de dioses de la verdad.

¿En cuántas elecciones de las habidas en los cuarenta años de esta democracia no se habrán dado la ilegal y descarada manipulación en el conteo de votos como se cuenta ahora que ocurrió en Andalucía en las pasadas elecciones autonómicas? Empezamos por el cínico reconocimiento de la propia Junta Electoral de aquella Autonomía de haber incumplido la ley en su obligación de control del proceso electoral desde el año 2001. Como resultado de ello, en la provincia de Sevilla y en tales elecciones, se ha descubierto que dos de cada tres municipios han sufrido de la manipulación y apaños en sus actas electorales aumentando o quitando votos, pasando de las listas electorales y repartiendo los cargos públicos como pudiera hacerse en un lugar secreto por una banda de ladrones después de un atraco.

Por ello, usando de la imagen de un organismo vertebrado cuya osamenta está corroída por el tumor, ¿podemos pensar que el cuerpo de la nación española se sustente sin que de un momento a otro le sobrevenga una metástasis por la que se quiebre sobre su propio esqueleto?

Hace ochenta años, un hombre, José Antonio Primo de Rivera, cuya honradez política le llevó ante un pelotón de fusilamiento, dijo aquello de “el más noble destino de todas las urnas es ser rotas”. El hipócrita y cínico escándalo, cuyos ecos han llegado hasta nosotros, lo motivan y motivaron precisamente quienes rentabilizan en su interés particular y de partido los pervertidos votos logrados en sucias y engañosas campañas, subvencionadas en gran parte con los dineros negros obtenidos en los negocios de la política. En los cuarenta años de adulteración de esta democracia, venimos escuchando la cantinela mitinera de impostores demócratas y sus cacareadas libertades, que con gritos de pastor, con perdón de éstos, guían el rebaño ciudadano al apretado aprisco de las urnas.

El día que sea el pueblo, y no intermediaros mercachifles del voto, el que escrute, controle y administre directamente, a través de sus representantes auténticos, los libres e individuales sufragios de sus ciudadanos habidos en campañas electorales asépticas y absolutamente controladas por la ley y sus jueces, hablaremos de democracia de verdad, de la verdadera democracia. Mientras sean los partidos políticos sus protagonistas, la democracia será siempre mediatizada y demediada por los espurios intereses de aquéllos. En definitiva, será una enfermedad contagiosa y contagiada a la democracia, más o menos soportable; pero nunca será el espacio ideal creado para la vida de una sociedad de hombres libres.

Mientras se sigan utilizando lo que deberían ser inocuas vasijas de cristal, las urnas, para fines tan particularmente miserables y partidistas y por los mismos desvergonzados y pícaros que se pasan en las campañas electorales el testigo de la democracia como un palo de carreras yo también sostendré que “el ser rotas es el más noble destino” de todas ellas. Lo contrario sería sentirme tan mentecato como son esos espurios demócratas.

Pedro Conde Soladana

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1 COMENTARIO

  1. Si las urnas tuvieran conciencia, cerrarían su boca cada vez que vieran acercarse a ciertos tipos con la papeleta en la mano y si tuvieran estómago, le escupirían desde él a la cara.
    Las urnas son las sucias huchas de muchos políticos sucios que viven del guinde.

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