Por Laureano Benítez Grande-Caballero para elmunicipio.es
Pues hoy voy a darles dos noticias, una buena y una mala: la buena es que, por fin, cerró el Patio Maravillas, después de 10 años de okupaciones, cerveceo y actividades contrakulturales superposmodernas; la mala es que ahora, en vez de un simple patio, tenemos el «Ayuntamiento Maravillas», que ha recogido fielmente el testigo de la cutrería, la ordinariez, el horterismo kultural y la difusión a toda pastilla de la ideología LGTBI.
A decir verdad, la maravillosería del Ayuntamiento de nuestra desgraciada ciudad es algo consustancial al podemismo macarra que lo ha poseído ―como si fuera un monstruoso «alien»―, desde que lo okuparon en las últimas elecciones, pues no en vano algunos concejales salieron de las tenebrosas madrigueras del patio maravilloso. Sin ir más lejos, ya nos han obsequiado con kabalgokupas maravillosas, maravillosas exposiciones de genitarte, maravillosos titirietarras, maravillosas bandas musikales, y maravillosos colectivos independentistas que culturizan nuestros barrios, desde Tánger hasta Tetuán ―tomados hasta el tuétano―.
Como el hedor sulfuroso de esta patulea se me hizo prístino desde un comienzo, he estado siempre con un ojo puesto en sus centros kulturales, pero especialmente he marcado muy de cerca su antro cultural más importante: el llamado CentroCentro, ubicado nada más y nada menos que en la mismísima plaza de Cibeles. Si no fuera porque allí es donde el Real Madrid celebra sus títulos, hace tiempo que habría abominado del patio azufrado en el que los podemitas la han convertido impunemente.
Bondad graciosa ese nombre, ya que, en realidad, deberían haberlo llamado «IzquierdaIzquierda», aunque su nombre correcto sería el de «LGTBILGTBI».
Y, para ser todavía más exactos, habría que añadirle el novedoso término de «queer», del cual confieso que no tenía ni la más remota idea, ya que estas posmodernidades me cuesta entenderlas por aquello de que me crié en otra generación.
Pues eso de «queer» ―vocablo inglés que se puede traducir como «extraño», o «raro»― designa a un movimiento de sexualidad «post-identitaria», ya que –según Paul Preciado― «expresa una posición crítica respecto a los procesos de marginalización y exclusión que genera toda ficción identitaria, tanto dentro del ámbito heterosexual, como del gay». Toma ya.
Sumamente mosqueado por la bakanal arcoirisada que nos espera dentro de unos días, se me ocurrió echar un ojo al programa cultural que se exhibe estos días en CentroCentro, y mis sospechas quedaron plenamente confirmadas.
En este edificio histórico que fue palacio de Correos y Comunicaciones suele exponerse una programación totalmente alucinante, que parece sacada de algún patio maravilloso. Pero la de estos días, dedicada al «Orgullo Gay», es de traca: «Subversivas. 40 años de activismo LGTB en España»; «Lanzadera. Bego Antón (todas ellas brujas)» ―o sea, que también tienen su espacio las-brujas-que-no-pudimos-quemar―; «El derecho a amar», proyecto fotográfico que presenta una galería de retratos de los protagonistas del abanico LGTBI en la España actual; «Ciencia de acogida. En la libertad reside el conocimiento», exposición que quiere dar a conocer a las científicas y científicos refugiados; «Nuestro deseo es una revolución. Imágenes de la diversidad sexual en el Estado español», blanco y en botella; «Música con pasaporte», ciclo musical centrado en el mestizaje de culturas y su expresión musical.
Como vemos, el Ayuntamiento despliega ante nosotros toda la panoplia de la ideología luciferina del «Nuevo Orden Mundial»: ideología LGTBI, multiculturalismo, refugees welcome, brujas… maravilloso, maravilloso. Y todo esto lo hacen con nuestros impuestos, ante nuestras mismas narices, por si no bastara ya con la apoteosis arcoirisada que nos espera.
Ya me gustaría a mí que, con motivo de las Navidades, la Semana Santa, la feria de San Isidro, la festividad de la Almudena, etc., esta caterva impresentable que nos desgobierna y nos malgobierna hicieran en CentroCentro exposiciones de temática religiosa, o castiza, teniendo en cuenta que los madrileños suponemos más del 70% de la población, muchísimos más que los LGTBIQ.
Y es que esta chusma del NOM pretende difundir su pensamiento LGTBIQ correcto por tierra, mar y aire: con principitas y princesitos, con kabalgatas, con maravillosas exposiciones, con banderas que colgarán en los edificios públicos, los cuales, en vez de representar a todos los madrileños, privilegian a unos determinados colectivos en detrimento de otros. La propaganda ya es avasalladora, invasiva, descarada, de juzgado de guardia si no fuera porque la judicatura está como está. En fin, que estamos ya plenamente ante el/la Gran Herman@ orwellian@.
Ya lo dicen ellos mismos, explicando un plano de Metro LGTBI, donde, en vez de las estaciones, figuran los nombres de famosos homosexuales: «Estamos por todas partes. No nos van a volver a meter en el armario. Hemos ocupado el metro. Somos muchos, estamos organizadas, tenemos fuerza y dignidad. Hemos ocupado Madrid».
En fin, que cualquier día de estos nos ponen en la Ribera de Curtidores un cartelito que dirá más o menos esto: «No pasarán: Madrid será la tumba del heteropatriarcado». Toma ya.