Por Carlos León Roch para elmunicipio.es
Es un buen día para celebrarlo.
San Teodoro, santo militar griego del siglo IV, estuvo a punto de desaparecer de la Historia, desplazado por San Marcos, actual patrón de Venecia. Sin embargo, ahora, presidiendo la hermosísima plaza, un gran pedestal lo sostiene, mientras aplasta a un dragón…
El “pretexto” de San Teodoro, y de su supervivencia pese a los avatares de la Historia, es oportuno para reclamar el día de su santo como día de la permanencia y de la irrevocabilidad de la Historia.
Ese «9-N» que muchos temen y otros enarbolan como triste pancarta de la fragmentación, del enfrentamiento y del odio, puede -y debe- ser reclamada por nosotros, por la mayoría, como símbolo de la unidad. De la unidad entre todos los hombres y todas las tierras de España. La unidad entre todas las ideas y todas las creencias políticas. La unidad entre las lenguas, las razas y los pueblos que forman en la actualidad la rica variedad de nuestra patria común: una e indivisible.
Mientras las banderías y la miopía de los que contemplan el corto recorrido de sus ensoñamientos y de sus pesadillas se regodean contando las lentejas y los denarios que “el padre” ha repartido entre sus hijos, exigiéndole la herencia por anticipado, millones de españoles aún aspiramos a trasladar íntegra esa herencia a las generaciones posteriores, limpiándola -en lo posible- de hipotecas, cargas y gravámenes.
Tras unos años renunciando -en equívoca aras de la concordia- a mostrar orgullosamente la bandera ancestral, los himnos de amor y de dignidad y las canciones de nuestras queridas y variadas regiones, el “9-N” (San Teodoro) debe ser el punto sin retorno; el punto en que una inmensa mayoría de los 47 millones de españoles, orgullosos de serlo, y con la exigencia irrenunciable de seguir siéndolo, lo celebremos en las calles y plazas con la consigna unánime de “Día de la Unidad”.