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El cuerpo de Francisco Franco embalsamado en el Valle de los Caídos

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Francisco Franco embalsamado
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El cuerpo de Francisco Franco embalsamado en el Valle de los Caídos

Antonio Piga: El hombre que embalsamó a Franco

Era casi la una de la madrugada del 20 de noviembre de 1975 cuando cuatro hombres entraban por la puerta de atrás del hospital de La Paz, en Madrid, cargando con dos enormes maletas negras.

Llevaban un mes esperando ese momento, así que cuando Antonio Piga recibió, dos horas antes, una llamada para que reuniese a todo su equipo, no le hicieron falta más explicaciones: supo que el Jefe del Estado Francisco Franco acababa de morir.

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El doctor Piga, profesor emérito de la Universidad de Alcalá de Henares, era entonces un médico forense de 36 años que seguía la tradición iniciada por su abuelo, Antonio, y continuada por su padre, Bonifacio, pioneros en esa especialidad.

Un mes antes, los facultativos que cuidaban de la salud del general Francisco Franco se habían puesto en contacto con él para saber si su progenitor estaría dispuesto a organizar su embalsamamiento. «Inmediatamente me fui a ver a mi padre, que aceptó la misión», recuerda.

Era, por supuesto, un asunto que había que llevar en el más estricto secreto: en el año 1975, el régimen se desmoronaba, y el fallecimiento de Francisco Franco iba a suponer su total liquidación.

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Antonio era el contacto de Vicente Pozuelo, responsable del equipo médico que atendía al general, y estaba preparado: se había encargado de adquirir los maletones donde guardaba todo el instrumental, que permanecían escondidos en el maletero de su coche. «Ya no salió del garaje por miedo a que me lo robasen».

«…Cuando llegamos allí la habitación estaba prácticamente vacía, con excepción de la cama articulada en la que yacía el cuerpo desnudo, cubierto por una sábana. Tener ante mí el cadáver de quien había sido tan poderoso en España me hizo reflexionar sobre lo fugaz de la vida y lo relativo al poder…»

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Fuera, en la calle, aún faltaban horas para que se anunciase el desenlace de su agonía. Es probable que, además del afán por retrasar lo inevitable, se pretendiese hacer coincidir la fecha de su muerte con la de José Antonio Primo de Rivera, símbolo de la dictadura.

Junto a Bonifacio y Antonio Piga se encontraban el también doctor Modesto Martínez-Piñeiro y Haro Espín, experto en la conservación de cadáveres. Su cometido era preparar el de Franco para que pudiese mostrarse en la capilla ardiente del Palacio Real. Básicamente consistió en inyectar en las arterias y venas una solución de formaldehído, alcohol y agua. No resultó fácil introducir los cinco litros de líquido conservador que se utilizaron: las operaciones quirúrgicas habían dejado el cuerpo maltrecho y el compuesto se fugaba por dentro.

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Un embalsamamiento integral, como el empleado con las célebres momias de Eva Perón, Lenin o Ho Chi Minh, requiere unos dos días, que se emplean en limpiar venas y arterias, extraer las vísceras y vaciar el cráneo, inyectar conservantes y rellenar las cavidades, taponar los orificios corporales e impregnar los restos con una solución aromática. Teniendo en cuenta el poco tiempo que tuvieron -más o menos, cinco horas-, Antonio Piga considera que se hizo una buena labor.

Tanto es así que está convencido de que si hoy se retirase la lápida de tonelada y media que cubre la tumba de Francisco Franco en la cripta del Valle de los Caídos, éste aparecería perfectamente preservado.

«…Pese a estar en una caja metálica en el ataúd de madera, y de que esa capa está soldada, el cuerpo se habrá ido desecando y apergaminando, pero estará claramente reconocible, con su uniforme y una medalla de poco valor, que se le colocó en lugar de la que había lucido en vida y mientras estuvo expuesto en el Palacio Real…»

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Antonio Piga formó parte de los equipos que actuaron en el accidente de Chernóbil (1986) y en el terremoto de Irán de 1990.

«…Lo importante no es lo que presenciamos, sino lo que en nuestro trabajo hacemos por los demás, y es el hacer esto lo mejor posible un deber de toda persona, en su casa, en su barrio, su pueblo o su trabajo, por modesto que sea…», en palabras de Piga.

Casi cuarenta años después, Antonio Piga conserva intacto el recuerdo de aquella madrugada, pero solo como un capítulo más de una vida plena como la suya.

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